martes, 27 de noviembre de 2012

Capítulo 25

Narra Bill

Daniela. Daniela. Daniela. Daniela. Daniela. Daniela.
Daniela en sus labios, en sus ojos. En los míos. Y quiero repetir su nombre, pero no me atrevo.
Le envuelve algo tan especial y terrorífico que no sé cómo actuar. No puedo moverme, tengo miedo de dar un paso en falso y hacer el ridículo.
Ella sigue ahí de pie, apoyada en el lavabo. Ya no me observa, ahora está con la vista clavada en el suelo del baño. Su precioso pelo le cae por los hombros, escondiéndole el rostro.
Ya la había visto antes. Sé que es la melliza de Sam, pero no sabía su nombre. Y creo que habría sido mejor que no lo hubiera sabido, pues su nombre le hace más hermosa de lo que es. Es un nombre tan distinto, conciso, atrevido y fuerte que parece envolverte en una tela vaporosa cada vez que lo pronuncias.
La garganta se me ha secado durante estos minutos, y tengo miedo de hablar por si se me corta la voz y me sale un gallo... me ha pasado a veces, me está cambiando la voz y es muy vergonzoso. Sobre todo si me sale delante de ella.
Daniela no parece por la labor de irse del baño y dejarme tranquilo con sus recuerdos, por lo que decido hablarle mientras estamos juntos.

-Yo me llamo Bill.-Idiota, ya lo habías dicho.

Ella no dice nada, tampoco me mira, dándome la oportunidad de revisarla varias veces más de arriba a abajo, pareciéndome cada vez más perfecta.
Sin embargo, siento que algo no va bien. Lo noto en su silencio, en sus manos temblorosas... por no hablar de los llantos de antes, cuando estaba encerrada en el baño.

-Oye... ¿estás bien?

Silencio de nuevo, pero peor.
Lleva su mano derecha a su mejilla, frotándosela. Creo que está llorando otra vez.
Tengo ganas de ir hacia ella y abrazarla para absorber todo su dolor, pero es demasiado precipitado. Siempre me pasa lo mismo, no sé por qué soy tan blandengue y sentimental... ni siquiera he tenido una conversación normal con ella.
Pero es que es tan... adorable... una chica así no debería estar llorando.
¿Es que Sam y ella aún no han arreglado las cosas? Lo digo porque yo estuve presente cuando Daniela le dijo que la odiaba.
¿Es por eso por lo que está tan mal?

-Oye... ¿puedo ayudarte en algo...? -susurro, muerto de vergüenza.
-No quiero tu ayuda.-espeta.
-Parece que estás mal.
-No se te escapa ni una...-farfulla, dándome la espalda.

Y me ruborizo. Bill, si pretendes llegar a alguna parte con esta chica vas muy desencaminado. Pareces idiota. IDIOTA.
¿Y yo qué estoy diciendo?
Como si alguien así pudiera fijarse en mí...

-Me gustaría poder ayudarte. O por lo menos que dejases de llorar...-musito.
-¿Es que te molesto?
-¿Qué? No, claro que no.-digo, horrorizado por haberla ofendido.-No me molestas...  Sólo quiero ayudarte.
-¿Es que no me escuchas cuando te hablo? -dice, como minutos antes había dicho yo.-No necesito tu ayuda. No me sirves.
-¿Por qué?
-Porque no. No quiero ni necesito nada que provenga de tí. No te conozco ni quiero conocerte.
-¿Y se puede saber por qué?
-Como tú mismo has dicho antes, no eres más que un marginado social, rarito y el mártir del internado. No necesito a alguien que me arrastre con él a su miseria.

Como si me hubieran aplastado el pecho, me duele.
Ya olvidaba que tiene piel de cordero y lengua de serpiente.
Pero es extraño. Me duele más por el hecho de que ha sido ella quien me ha atacado.
Supongo que esperaba demasiado de su nombre.

-Vaya.-musito.-¿Gracias?
-De nada.-suelta, intentando hacerse la graciosa.
-Tu personalidad no le hace justicia a tu nombre ni a tu apariencia. No esperaba que fueras como ellos -digo, refiriéndome a todos aquellos que me odian y me insultan.- pero veo que te he sobreestimado.
-Yo no soy como nadie.
-Tienes razón. Quizás eres incluso peor.

Me doy la vuelta y entro en el primer baño para esconder la sombra de desprecio que se cierne sobre mí. Para ocultar mi daño.

-¿Qué has querido decir con eso?

Me vuelvo un poco y la encuentro frente a mí. Pero no me mira a los ojos.

-¿Qué he querido decir con qué?
-Con lo de que soy peor que ellos.
-¿No es evidente?
-No, no lo es. Tú no me conoces para decir eso.
-Oh, perdóname. Es que tú a mí sí que me conoces para decirme lo que me has dicho, ¿no es así?
-Lo que tú digas.
-Se suele decir “lo siento”, cuando alguien se equivoca.-explico.
-No he oído ni un lo siento por tu parte.
-Es que no te he insultado. No te he dicho nada malo. Eres tú la que me ha atacado sin razón alguna, por eso te digo que eres como ellos o peor.
-¿Peor por qué?
-Te he dicho que eres incluso peor que ellos en el sentido de que me has atacado cuando hasta hace dos minutos yo he intentado ayudarte y me he preocupado por tí.

Daniela no mueve ni un músculo.

-Tú sí que no me conoces a mí, Daniela. No eres nadie para llamarme raro por mi forma de vestir o porque me maquillo los ojos. No sabes cómo soy o lo que he pasado por ser como soy. Tampoco eres nadie para llamarme marginado social, porque tú estás más sola que yo. No sabes cómo me trata todo el mundo por mi exterior, no sabes lo que he aguantado, aguanto y aguantaré. No conoces mi dolor, mi angustia, mi miedo ni mi culpabilidad.
Estoy harto de que gente como tú me utilice para empequeñecer vuestro dolor. Y lo peor es que me ha molestado más que me lo hayas dicho tú. Tenía razón, te he sobreestimado.

Daniela sigue sin mirarme a los ojos.
Salgo del baño, dejo el estropajo en el carrito y me quito los guantes de látex.
Me apoyo en la pared sin dejar de mirarla.
Algo ha cambiado en ella, pero no me he dado cuenta hasta ahora.

-¿Estás así por Sam? -pregunto.

Ella me mira a los ojos de repente. Parece furiosa. Creo que he tocado hueso.
Me cruzo de brazos. Ella acaba por apartarme la mirada. Eso también me parece raro en ella.

-Sois hermanas, deberíais arreglar vuestras diferencias.
-Yo no tengo ninguna hermana.-farfulla entre dientes.
-¿Por qué dices eso? -digo, horrorizado.

Como era de esperar, no me contesta.
Suspiro fuertemente, desesperado. Quiero que hable o que se vaya de una vez.

-¿Piensas que Sam es guapa? -susurra.
-...¿A qué viene eso...? -pregunto, atónito.
-Responde.
-Claro que es guapa. ¿Por qué no iba a serlo?
-No te he preguntado si lo es, te he preguntado que si lo piensas.
-Sí, pienso que es muy guapa. ¿Puedes decirme ahora a qué ha venido eso?
-¿Te gusta su cuerpo?

Daniela me está empezando a poner nervioso. ¿Pero a qué viene preguntarme por el físico de su hermana? ¿A qué está jugando?

-¿Crees que tiene un cuerpo bonito? -insiste.
-Daniela, me estás haciendo sentir incómodo. No tengo por qué contestar a esto.
-Es sólo una pregunta...-susurra.
-Sí, una pregunta fuera de contexto, rara y que no tengo por qué contestar.-ella no dice nada.-¿Por qué no me miras cuando te hablo?

Entonces, por primera vez desde que salió del baño, me mira a los ojos.
Sus ojos claros se incrustan en los míos como dos braseros. Trago saliva. Había olvidado lo preciosa que es.
Me ha cortado la voz. Pero no es por su físico, es por sus ojos. Hay algo raro.
-¿Qué... te pasa, Daniela? ¿Por qué estás así? -me atrevo a preguntar.

Sus ojos se llenan de lágrimas y tuerce sus labios en una mueca, intentando no echarse a llorar.
Mis ojos también parecen tornarse húmedos, pero logro imponerme a mí mismo. Procuro no mover ni un músculo.
Ella ya no se apoya en el lavabo. Está de pie frente a mí, sin dejar de observarme y con varias lágrimas cubriendo sus mejillas. Vuelvo a tragar saliva.
Suelta un primer sollozo, pero no me muevo. Daniela da unos pasos hacia mí y agarra mi mano de repente, asustándome.
Tengo un nudo en el estómago, no puedo pensar. No dejo de mirarla a los ojos, igual que ella.
Siento una atracción tan fuerte por ella que es casi insoportable.

-¿Qué ocurre...? -susurro.

Ella niega con la cabeza.
Sin dejar de llorar en silencio, lleva una mano a mi pelo. Coge un poco entre sus dedos y lo acaricia.
El corazón se me va a salir del pecho en cualquier momento. Voy a desmayarme.

-¿Qué estás haciendo...?

Daniela no me contesta. No deja de mirarme en ningún momento. Su otra mano va a mi mejilla izquierda. La acaricia con el dorso de su mano y la desliza por mi cuello, provocándome un escalofrío.
Esto está siendo muy raro. Me está incomodando mucho, pero no soy capaz de separarme de ella.
Daniela continúa sollozando. La mano con la que acariciaba mi pelo se desliza a mi mejilla derecha.
Pega su cuerpo al mío y se alza de puntillas para besarme.
Y no sé qué hacer. La chica de mis sueños me está besando sin venir a cuento. Y llorando.
La agarro de los hombros y la empujo, apartándola de mí suavemente.

-¿Por qué has hecho eso? -pregunto como puedo, con la garganta seca.

Tiemblo como una hoja cuando ella vuelve a echarse a llorar. Con fuerza, desesperada. Se me rompe el corazón en mil pedazos.
Le agarro la cara con las dos manos para hacer que me mire. Sus mejillas se tornan rojas por el sofoco del llanto, sus lágrimas logran llegar hasta su cuello. De su pecho expulsa todos y cada uno de los sollozos que tanto daño parecen hacerle.
Mis ojos también se llenan de lágrimas, pero no derramo ni una sola. Tengo mucho por lo que llorar, pero ahora es su turno, no el mío.
-¿Qué pasa, Daniela...?-insisto, secándole las lágrimas con los dedos.

Ella sigue llorando unos segundos largos, cierra los ojos con fuerza y coge aire.

-Bill... ¿crees que soy guapa?

La pregunta me parece estúpida. Quiero echarme a reír, pero no creo que se lo tomase bien.
¿Hola? ¿Te has mirado a un espejo alguna vez?
Podría describir con lujo de detalles todo lo que me gusta de ella, con miles de cursiladas de por medio, pero prefiero ceñirme a la mayor verdad de todas:

-Claro que creo que eres guapa. Eres preciosa, Daniela.
Ella se vuelve a echar a llorar. Ya sí que no entiendo nada.
La acerco a mí y la envuelvo con mis brazos, tratando de reconfortarla.

-¿Y por qué me veo tan horrible, Bill...?

-x-

-Has tenido suerte, Samantha. No sé como tu nariz ha soportado el impacto.-me dice la enfermera, sorprendida.

Después de unos diez minutos sangrando por la nariz sin parar, la hemorragia se ha detenido. Mi ropa está hecha un asco, teñida entera de sangre... por no hablar de mi cara y mis manos.
Me duele el tabique nasal a rabiar; con el simple amago de acercar un dedo a ella me duele.

-Maldito Trace...-farfullo.
-¿Sabes si lo hizo a conciencia o si fue sin querer?
-No lo sé. Espero que no fuera intencionado.
-De todas formas, Chris ya le ha dado una buena.-dice Tom, con una sonrisa satisfecha. Cristal se ríe.
-No tiene gracia, Cristal.
-Sabes que sí. Yo le habría matado.
-Exagerada...

Cristal me acaricia el pelo con la mano. Luego continúa limpiándome los restos de sangre seca con una toallita húmeda que va adquiriendo un tono marronuzco.
Menudo día. Aún me duele mucho la cabeza y estoy un poco mareada.
Espero que Chris esté bien y no se haya metido en ningún lío por mi culpa. No debí haber sido tan impulsiva y meterme en medio sin estar segura de que podía hacerlo con seguridad.
La puerta de la enfermería se abre con brusquedad, incluso se estrella contra la pared.
Chris entra a toda prisa en la estancia y se acerca a mí casi con desesperación. Y doy un respingo de tres pares de narices. Nunca mejor dicho.

-¿Estás bien? -es lo primero que suelta su voz.
-Sí, estoy bien. No te preocupes por mí -frunce el ceño.-Parece que tú has tenido una buena fiestecita ahí fuera.

Riño, mirando cada una de las marcas que Trace le ha dejado en el cuello y cara. Frunzo el ceño.
Enseguida me arrepiento de haberlo fruncido. De mis labios sale un lastimero “au” y se me llenan los ojos de lágrimas. Maldita nariz.

-No me he quedado a gusto con lo que le he hecho a Trace, se merecía muchísimo más. No le permito a nadie que te ponga la mano encima.

Y en una parte muy recóndita de mi ser, sonrío. Pero procuro no mostrarlo exteriormente, porque que tu pareja pelee con alguien por tí no es para estar orgullosa. Pero lo estoy, igualmente.
Se sienta junto a mí en la camilla y me aparta el pelo de la cara.

-¿Cómo tienes la nariz?
-Morada.
-¿Te la ha roto?

Él acerca su dedo índice a mi nariz y la toca con suavidad.
Pero duele.

-Au -me quejo, cerrando los ojos con fuerza.-No, no me la ha roto. Pero me duele.
-Qué hijo de puta -farfulla.
-Esa boca -riñe la enfermera mientras me entrega una bolsa de hielo.-Toma, póntela un poco sobre la nariz para reducir el hinchazón.

Me llevo la bolsa de hielo a la cara, quizá demasiado rápido. Me he hecho daño y se me han saltado las lágrimas.
Chris resopla y pone los ojos en blanco.

-Dame, bestia.

Me quita la bolsa de hielo de las manos.
Se baja de la camilla y se sienta en una silla que hay al lado, frente a mí..
Alza el brazo con la bolsa y con cuidado se ocupa de ponérmela sobre la nariz.

-Está helado -me quejo, frunciendo el ceño.

Y vuelvo a tropezar con la misma piedra. Parece que mi cerebro no comprende que me duele a rabiar fruncir el ceño.

-Te aguantas. No deberías haberte metido en medio.
-Me meto donde me da la gana.

Él sonríe anchamente.
Me encanta esa sonrisa. Es muy raro verle sonreír, pero las pocas veces que lo hace merece la pena verlo.
Me besa la mano que tiene más cerca de él y, tras eso, la coge con su mano libre y empieza a acariciarme los dedos.

-Tengo que irme.
-¿A dónde?
-Al despacho del director.-hago una mueca todo lo suave que puedo.
-Pórtate bien. No le contestes al director, ni vuelvas a pelear con Trace. Cuando te tengas que callar, cállate. Hazme el favor.
-Sí, mamá...-pone los ojos en blanco y suspira.-Tú mientras tanto no te muevas de aquí, ni se te ocurra meterte en medio de otra pelea, Teresa de Calcuta.
-Imbé...

Y me besa los labios antes de que pudiese insultarle. Tras eso me mira. Esos enormes ojos azules. Me intimidan y mucho.
Aunque sé lo que esconde tras ellos, nunca podré acostumbrarme.

-Te quiero.-me dice.
-Lo sé.

Tom releva el puesto de Chris y ahora sujeta él la bolsa de hielo sobre mi nariz, sonriéndome un poco.

-¿Estás mejor? -me pregunta, hincándome suavemente un dedo entre mis costillas, haciendo que me revuelva.
-¡Au, Tom! -me quejo, haciendo una mueca que se decidía entre ser una sonrisa o ser una mueca de enfado. Él se ríe de mí.

Chris observa la escena, divertido. Se dispone a irse, pero antes se distrae haciendo de rabiar un poco a Cristal.
Él le revuelve el pelo, ella le suelta un suave puñetazo en el brazo y empiezan una corta y divertida pelea.
Sonrío tristemente. Ojalá mi relación con Daniela fuese así. Ahora ni siquiera nos miramos a los ojos.
Cuando Chris se dispone a salir de la enfermería, la puerta se abre y un tímido Bill asoma la cabeza por la rendija de la puerta.

-¡Bill! -exclama Cristal, con una media sonrisa.
-Hola...-musita, mirándome.

Le devuelvo una sonrisa, pero parece triste.
Observo a Tom, que mira a Bill muy serio. No mueve un músculo cuando Bill le devuelve la mirada. Creo que no hacen falta palabras para entenderse.
Chris le aprieta con suavidad el hombro derecho, despidiéndose de él. Bill lo mira un segundo y asiente, con una sonrisa muy breve.
Tras eso, mi amigo vuelve a mirarme a los ojos. Se retuerce las manos muy nervioso, aunque no logro comprender el por qué.

-¿Cómo estás...? -me pregunta en voz baja. Casi no puedo ni oírle.
-Muy bien, no te preocupes. ¿Y tú?- él se encoge de hombros y me siento fatal.

Tom no ha dejado de observarle, pero Bill le huye. Cristal se acerca un poco a él y le abraza con fuerza. Bill le devuelve el abrazo un poco reticente e incómodo.
Veo el colorido moratón que Trace le ha regalado a Bill en la mandíbula, y siento que le odio por hacerle eso a un chico tan increíble como él. Siento ganas de echarme a llorar, de hecho se me llenan los ojos de lágrimas y se me ha formado un nudo en la garganta por la impotencia de ver sufrir a mi amigo.
Clavo mis ojos en Tom esperando algo de su parte, lo que sea. Un abrazo, un acercamiento, algo. Pero no se mueve del sitio.

-Oh, no llores... por favor, Sam. Me siento fatal.-me dice Bill cuando me mira de nuevo.
-Perdona -digo, secándome las irremediables lágrimas rápidamente y sonriéndole.
-No, perdóname tú. No quería que ese idiota te hiciera daño.
-Tranquilo, ya estoy genial.
-No mientas, Sam.-espeta Tom.

Y le miro, incrédula. ¿A qué juega? Intento hacer sentir mejor a Bill, a su hermano.
Frunzo el ceño de nuevo, viendo las estrellas.

-Au, au... -me quejo sin querer.

La expresión de Bill cae al suelo. Me alarmo en gran medida y decido incorporarme sobre la camilla y sentarme.
Tom aparta la bolsita de hielo ágilmente y la suelta en la mesilla.

-Tranquilo, ha sido culpa mía. Mi cerebro no entiende que no puedo fruncir el ceño.-me quejo, intentando hacer la gracia. Pero nadie sonríe.

Bill sigue de pie, rígido como un maniquí. No nos mira a los ojos y tiene los puños apretados.
Me levanto con decisión de la camilla y, teniendo cuidado con mis persistentes mareos, me lanzo sobre él, estrujándolo en un abrazo.
Él tarda en reaccionar unos instantes muy tensos, pero me devuelve el abrazo con fuerza.

-Lo siento, Sam. De verdad que lo siento.
-No tienes que pedir perdón, tú no me has pegado.
-Pero ha sido por mi culpa.
-No, no lo ha sido. Yo he sido la que se ha metido ahí en medio de repente. Es normal que me llevara una buena torta.-él suspira, cansado. Muy cansado.
-No intentes hacer que me sienta mejor.
-Déjalo ya, Bill.-le regaño.

Cristal y Tom observan la escena en silencio. Al poco rato me separo de él, sonriéndole. Bill me regala una pequeñísima sonrisa.



-x-

-¿No volverás a hablarme nunca?

Bill me observa desde una distancia considerable. Me encojo de hombros y él suspira con fuerza.
La verdad es que no sé qué decirle exactamente. Pero creo que no tengo nada que decirle. Sólo estoy tratando de calmarme para no ir a buscar al hijo de puta de Trace y a cientos de personas iguales que él.

-Tom, por favor. Basta ya. He tenido un día de mierda.-musita.
-¿Y yo no, Bill?
-A tí no te han zurrado.
-¿Ah, no?

Le clavo mis ojos, idénticos a los de él, en los suyos. Él me aparta la mirada de nuevo.
Siento que la sangre de mis venas hierve bajo mi piel, furiosa. Su respiración me enfurece aún más.

-Ni se te ocurra soltar una lágrima.-advierto, alzando mi dedo índice contra él.-Porque te juro que el próximo en zurrarte seré yo.

No puedo estar quieto. He recorrido unas mil veces nuestra habitación. Soy incapaz de sentarme y aparentar tranquilidad. Tengo ganas de destrozar algo.

-Estoy harto.-me confiesa, con un leve temblor en la voz.-No puedo seguir.
-Y yo estoy hasta los cojones de que te sientas así.
-Es que no puedo más, Tom. No puedo. Joder, ¡no puedo! -grita, fuera de sí.
-¿Que no puedes? ¿Que no puedes? ¿Cómo no vas a poder, Bill? -le grito yo también.
-No quiero vivir así. No sé qué coño hago aquí, no encajo y nunca lo haré. No tengo sitio en esta mierda de mundo.

Mi pecho va a explotar. Tengo tanto odio y tanta rabia acumulada que no puedo soportarlo más.
Me acerco a él con paso tembloroso, pero fuerte.

-Bill, escúchame bien.-farfullo, incapaz de vocalizar como es debido.-El sitio aquí te lo hago yo a empujones. Tú no te rindes, no te lo permito. Deja ya de lamentarte y ve con la cabeza bien alta.
-Esto es demasiado.
-No, no lo es. Deja de decir gilipolleces. Te juro que como ahora mismo no pares de llorar, salgo por esa puerta -la señalo con el dedo.- y desaparezco. Te lo prometo.

Bill no me mira a los ojos, pero me obedece. Respira muy muy hondo y luego suelta el aire lentamente. Se seca las lágrimas con fuerza y desvía la mirada.
Yo, algo más tranquilo, me acerco a mi cama y me siento sobre ella. No sé cuanto duraré sentado.
Apoyo los codos en mis rodillas, mis manos las llevo a mi nuca, agacho la cabeza y respiro de nuevo.

-Bill, nadie puede contigo. Nadie. Ni Trace ni cualquier otro. Tú eres más fuerte que toda esta mierda.-él no dice nada.-Sé que es duro. Lo sé, joder. Y haría cualquier cosa para que todo fuera diferente. Daría todo lo que tengo, pero no puedo cambiarlo. Sólo quiero que estés bien, que ignores todo esto y sigas adelante. No quiero más llantos ni más estupideces, porque me vuelvo loco.

Silencio. Alzo la cabeza y lo miro. Está tumbado en la cama boca arriba. No me mira.

-Algún día nos iremos de aquí. Acabaremos nuestros estudios, haremos Selectividad y nos dedicaremos a la música. Tú, yo, Gustav y Georg. Sólo los cuatro, a nuestra puta bola. No tendrás que volver a ver a nadie de esta mierda de sitio, lo olvidarás todo. Sólo piensa en eso.
-Yo quiero irme ahora.
-No, no nos vamos a ir así como si nada. No podemos hacer eso.
-¿Por qué no?
-Porque sólo les das el gusto de desaparecer, y a esos hijos de puta yo no les consiento ser felices a tu costa. Por encima de mi cadáver.

Bill cierra los ojos y suspira con fuerza, deshaciéndose sobre la cama.

-Dime qué piensas.-le pido.

Abre los ojos y mira al techo. Entrelaza los dedos de sus manos y suspira de nuevo, con los ojos llenos de lágrimas. Pero sé que no derramará ninguna.

-Bill -insisto.
-¿Te avergüenzas de mí?

Siento la tentación de levantarme de esta cama, de ir a por él, despedazarlo, sacarle el cerebro y preguntarle si hay alguien ahí.

-Es la gilipollez más grande que me has preguntado nunca, Bill. Te lo juro, te estás coronando.

No responde. Desinflo mis pulmones y, cuando me tranquilizo, decido contestarle.

-Bill, por Dios. En mi vida me he avergonzado de tí. Nunca lo he hecho y nunca lo haré. ¿Es que tú te avergüenzas de mí?

Él niega fuertemente con la cabeza.

-Pues deja de decir tonterías. Eres mi hermano, jamás voy a avergonzarme de que lo seas. Estoy orgulloso de tí. Me da igual lo que esta gente sin cerebro piense y diga. Los pisoteo a todos para que tú pases por encima, y sé que tu harías lo mismo, así que vale ya.

Bill asiente con la cabeza y se queda en silencio. Pero sé que vuelve a estar entero, de una pieza. Ya no siento pesadez en el cuerpo ni en la cabeza, estoy tranquilo. Mi corazón late a un ritmo normal y ya no siento nada, sólo orgullo.
Ha vuelto a levantarse.

Continuará.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Capítulo 24

Narra Bill

-¡¡Mira, mira...!! -empiezo a escuchar los varios chismorreos que se acumulan a mi alrededor.-¿Pero qué hace? ¿Por qué va al baño femenino?

Intento pasar desapercibido,  pero se ve que eso no es posible para mí; de lo contrario toda mi vida escolar habría sido bastante diferente.
Procuro no mirar a nadie a los ojos, pues sé que están deseando insultarme y hacerme quedar en ridículo delante de todo el mundo. No les pienso dar ese gusto.
Resoplo levemente mientras “aparco” el carrito de la limpieza delante de la puerta del baño femenino.
Con la intención de acabar con esta humillación lo antes posible, hago el amago de abrir la puerta. Pero está visto que no sé pasar desapercibido. O no me lo permiten.

-¿A dónde vas, Kaulitz?-pregunta una primera voz.
-¿Es que ya te has dado cuenta de que no eres un tío? ¿Por fin te has dignado a mirar “ahí abajo”? (se refiere al sexo)

Cierro las manos en puños rabiosos y deseo desaparecer. O que desaparezcan ellos, en todo caso.

-Deberías saber que esto es un castigo... tú eres el experto en limpiar baños.-espeto, a maldad.

Trace, el chico que disfruta acosándome, me mira con asco. No pienso dejar que me pisotee más. No voy a darle el gusto.

-Apuesto a que los motivos de mis castigos son diferentes a los tuyos. ¿Le has metido mano a Tom o algo?


Agarro el manillar del carrito de limpieza y lo aprieto contra mis dedos. ODIO que me hablen de esa manera. Y mucho más que metan a mi hermano.

-No menciones a Tom.-farfullo. Es una advertencia, aunque él aún no lo sabe.
-Qué mono, cómo defiende a su novio...
-Trace, ¿es que les has dicho por qué estás tú aquí? -su cara cambia totalmente. Mi gozo en un pozo.
-Cierra la boca, marica de mierda.
-Deberías decirle eso a tu padre, a ver si te suelta una paliza como la que te dio para que asuntos sociales te internara aquí.

Murmullos de sorpresa. Todos miran a Trace. Por primera vez en mi vida no me miran a mí y casi me emociono.

-Eres un hijo de puta.-me suelta, antes de venir hacia mí con la intención de darme una buena hostia.

Pero, para mi sorpresa, voy con gusto a recibirle. No es que antes me diera miedo, sino que me daba pena. Muy poca gente sabía que Trace era maltratado. Y en realidad me siento mal por haber dicho lo que he dicho, porque a nadie le importa. Pero estoy harto de que pague conmigo tener una familia de mierda.
Debo reconocer que no tengo mucha trayectoria en eso de pelearme. Ni siquiera he dado nunca un puñetazo en serio. Sólo a Tom, pero no cuenta. Siempre nos acabamos pidiendo perdón cuando nos peleamos, pero esta situación es distinta. No me arrepentiré de pegarle. ¿O sí?
Fue un error girar la cabeza para observar a Chris gritando que me dejara en paz, porque eso le dio ventaja a mi agresor, que aprovecha para darme un puñetazo en la mandíbula.
Al no esperármelo pierdo el equilibrio y tengo que apoyarme en la pared para no caer al suelo.
Trace me agarra del cuello de la camiseta y me empotra contra la pared, amenazante.
Le clavo mis ojos como dos puñales, queriendo transmitirle todo mi asco.

-Das pena.-escupo. Seguidamente le doy un empujón considerable.

Tengo una rabia inmensa dentro de mí. Me tiembla todo el cuerpo por la adrenalina, y cuando Trace viene hacia mí de nuevo, estoy listo.
Pero no tengo la oportunidad. Chris se mete en medio de la pelea y le da un empujón a Trace, alejándolo de mí.
Me froto la mandíbula con el puño de la camiseta y me quejo interiormente.
No soy consciente de que Trace y Chris se están dando una buena paliza hasta que oigo los vitoreos y hasta que veo que Sam se mete en medio para separarlos.

-¡¡¡Sam!!!-le grito, pero es demasiado tarde.

Un puñetazo de Trace le alcanza en plena cara. Se oye algún que otro grito de chica asustada por el golpe de Sam.
Mi amiga cae al suelo. Por suerte no ha sido demasiado fuerte, pues está consciente, pero está sangrando por la nariz. Tendrá suerte si no se la ha roto...
Voy corriendo a por ella y la levanto del suelo, pues está un poco aturdida y no tiene fuerzas.
Ya no hay nadie vitoreando la pelea entre Chris y Trace. Todos están gritando, incluso hay chicos que se han metido en medio para separarlos de una vez.
Procuro ocuparme de Sam un poco. Le doy unas palmadas suaves en las mejillas para que no pierda la consciencia. La llamo por su nombre varias veces. Por lo menos me mira.
Está respirando dificultosamente, parece que le va a dar un ataque de ansiedad.
Un río de sangre baña sus fosas nasales, llegándole ya por la barbilla. Reprimo un gemido de angustia. Odio la sangre.
Me pongo de rodillas en el suelo y la sostengo entre mis brazos. Le limpio la sangre con el puño de mi camiseta como puedo, pero no para.
La angustia me está absorbiendo, parece que va a desmayarse por el fuerte puñetazo.
Le aparto el pelo de la cara, que está pegajoso por la sangre.

-¡Sam! -grita Cristal.

Y me siento aliviado. Mi otra amiga viene corriendo hacia nosotros y se arrodilla a mi lado, cogiendo la cara de Sam entre sus manos.
Quiero llorar. El agobio me está consumiendo y me está haciendo perder el norte.

-Bill, ¿qué coño ha pasado? -me grita mi hermano, que ha venido con Cristal.

No puedo dejar de observar a Sam, medio inconsciente. Y otra vez por mi culpa.
Oigo los gritos de Georg y Gustav, intentando apartar a Chris de Trace.

-Apártate, Bill. -ruge Tom.

Me arrebata a Sam de las manos y la coge en volandas para salir disparado con Cristal hacia enfermería.
La sangre de Sam me ha teñido un poco las manos y respiro hondo para no vomitar.
Los profesores de guardia por fin hacen acto de presencia y ponen orden entre la muchedumbre.
El círculo que envolvía a los dos enfrentados se disuelve poco a poco, dando paso a los profesores.
Por fin puedo ver a Chris. Tiene el pelo revuelto, la cara y el cuello rojo (seguramente por un apretón que otro de Trace alrededor de él) y respira muy rápido. Las manos las aprieta en puños tan fuertemente que los nudillos se le vuelven blancos.
Los profesores empiezan a pedirle explicaciones a Chris. Él sólo puede contestar gritando:

-¡¡Pero si ha sido Trace quien tenía a Bill arrinconado en la pared para pegarle!! ¡¡Yo sólo he ido a defenderle!!
-¿Y la paliza que le has dado?-recrimina la de Historia. La cara de Chris se vuelve de un rojo fosforescente.
-Le ha pegado un puñetazo a mi novia.

Los profesores se dirigen una mirada significativa. La de Historia vuelve a mirar a Chris, impasible.

-Preséntese luego en el despacho del director. Vaya a comprobar si su amiga está bien.

Antes de salir corriendo hacia la enfermería, viene a por mí y me levanta del suelo con ayuda de su mano.
Las rodillas me flaquean. Estoy temblando como una hoja por la rabia y la culpabilidad.
Mi amigo pone sus manos sobre mis hombros y me mira directamente a los ojos.

-¿Estás bien?-asiento mecánicamente.
-Sam está en la enfermería.-musito, mirando la sangre de mis manos.
-Lo sé. ¿Estás bien?-repite.
-Lo siento...
-¿Que lo sientes? ¿Por qué? Tú no le has pegado a Sam, ha sido ese hijo de puta.
-Ha sido por mi causa. Ni tú ni ella deberíais haber salido mal parados.
-Bill, deja de decir estupideces. Estoy seguro de que tú habrías hecho lo mismo por mí. Ese cabrón se lo merecía.

Yo no contesto. Se me forma un nudo inmenso en la garganta. Pero no voy a llorar. No delante de toda esta gente que me observa.

-Ven luego a la enfermería. Seguro que Sam se alegra de verte.
Yo asiento lentamente. Tras eso, Chris sale disparado en dirección a la enfermería.
Respiro hondo para calmarme un poco. La profesora de Matemáticas, aquella que me ha condenado a las burlas de mis compañeros por un tiempo indefinido, se acerca a mí.

-No se preocupe, Kaulitz. Christhian Williams nos ha contado lo sucedido. Trace Wood recibirá un duro castigo, si no se procede a la expulsión. Continúe con sus tareas.

Yo asiento con fiereza. ¿En serio después de lo que has visto vas a seguir obligándome a hacer esto?
Me dirijo de nuevo al baño de chicas y ahora, sin nadie a mi alrededor, entro dejando el carrito.
Cojo el cartel de "FUERA DE SERVICIO" y lo pego en la puerta para que las chicas no entren.
Cierro la puerta y todo se queda en silencio. Respirando hondo una vez más me dirijo hacia los lavabos para poder mirarme al espejo.
No sé cómo lo consigo. No sé qué hago para ser siempre el responsable de todo lo que ocurre. Y las dos veces Sam ha salido mal parada.
Quizás todo sería diferente si no existiera. Ojalá pudiera desaparecer. Seguramente sólo Tom me echaría de menos... Todo sería más fácil para todo el mundo. Nadie se preocuparía por mí cada vez que me acosan, nadie se reiría de mí a mi costa, nadie me insultaría, me pegaría, me haría sentir como algo asqueroso que debe ser eliminado. Nadie sufriría.
Soy demasiado cobarde para acabar con todo esto. Echaría de menos a mi hermano, a mi familia, a mis amigos... seguramente haría más daño estando muerto que vivo.
Me miro a los ojos a través del espejo. Mi reflejo se solidariza conmigo, llorando por mi causa.
Mamá nos mandó a mí y a Tom a este centro para alejarnos de los alumnos de nuestro antiguo instituto. Habíamos pensado en continuar las clases en casa con un profesor particular, pero mamá no quería que nos perdiéramos nuestra adolescencia. Qué buena idea, mamá... aquí estamos igual o peor. Por lo menos yo.
Todavía no me ha llegado ninguna información de que alguien haya estado haciéndole bullying a Tom. La cabeza de turco siempre seré yo.
Me esfuerzo para que las críticas no me afecten, pero me siento solo, abandonado y despreciado. Y por ser simplemente yo.
Estoy cansado de todo esto.
Hago una mueca con fuerza para tragarme los llantos y los gritos que podría soltar en este momento. Los guardo todos en un rincón de mi estómago que algún día explotará, aunque confío en que no lo haga.
Respiro hondo una, dos, tres y cuatro veces sin dejar de mirar a los ojos a mi reflejo en el espejo.
Y me prometo a mí mismo que aguantaré. Que no me pisotearán, que no podrán conmigo. Le juro que no voy a rendirme aunque lo esté deseando, que no lloraré delante de nadie porque eso es lo que quieren de mí. Quieren mi sufrimiento para eclipsar el de ellos.
Me prometo que sonreiré, que me reiré incluso. Que sólo soltaré lágrimas cuando llore de risa. Cambiaré la rabia por la alegría, la culpabilidad por tranquilidad.
Sobre todo me prometo que no dejaré de ser yo, que no cambiaré. Y mi reflejo se lo cree, pero yo no estoy tan seguro.
Decido dejar la mente en blanco ocupándome de mi castigo. Abandono a mi reflejo y me acerco al carrito de limpieza.
Busco el líquido de olor a limón para desinfectar los lavabos. Cuando lo encuentro me acerco a los lavabos y les cierro el desagüe con los tapones. Echo el líquido en cada uno de ellos y luego abro los grifos para que se forme una espuma un poco espesa.
Tras eso tomo el bote de limpiador y me ocupo de los espejos.
Luego me pongo los guantes de látex y empiezo a frotar  un primer lavabo, repitiendo el proceso así nueve veces más.
Inmejorable Bill. Sabes cómo aprovechar una tarde. ¿Y tú quieres ser cantante? Creo que te pegaría más lo de señora de la limpieza.
Llevo un rato oyendo ruidos, pero creía que provenían del pasillo.
Me doy la vuelta hacia los WCs individuales. Todo el espacio es de color rosa.
Dirijo mi mirada a la parte inferior de cada WC. Y, para mi sorpresa, en uno de ellos puedo ver unas piernas de chica. Está sentada en el suelo.

-¿Hola? -llamo, un poco atónito.

No recibo respuesta. La chica se revuelve un poco en el suelo, por lo que no está herida ni nada que me pueda estar imaginando.
Suspiro y me quito los guantes con parsimonia. Los dejo sobre el lavabo que queda justo delante de ese WC y me apoyo en él.

-Oye, estoy limpiando. Esto está cerrado, no puedes estar aquí. -informo, un poco incómodo.

Nadie me responde. Vuelvo a suspirar, cansado.
Me acerco al baño en cuestión y golpeo la puerta con los nudillos.

-¿Hola? -repito.
-Déjame en paz. -farfulla una voz rota tras la puerta.
-No puedo. Es que no puedes estar aquí, a no ser que quieras limpiar. En ese caso te recibo con los brazos abiertos.

Vuelve a no contestarme.
En seguida me doy cuenta de que la chica empieza a llorar. Me alarmo un poco y apoyo una mano en la puerta.

-¿Te encuentras bien? -pregunto, aún sabiendo que no me va a contestar.- Me llamo Bill. Supongo que sabes quién es el mártir del internado...

Silencio. Respiro hondo, tratando de establecer un poco de comunicación por su parte. Tiene que largarse de aquí, tengo que limpiar e irme cuanto antes.

-¿Cómo te llamas?
-No te importa.-espeta.
-Si no me importara no te lo preguntaría.
-¿Puedes dejarme sola?
-¿No me escuchas cuando te hablo?-digo, intentando soltarlo con suavidad.-Tengo que limpiar y no puedo si no me dejas entrar.

Me ignora. Me está poniendo de los nervios. No estoy dispuesto a aguantar a una niñata del internado que estará llorando porque uno de sus muchos novios la ha dejado porque ha encontrado a una que usa una talla de sujetador mayor que la de ella.
Me pongo de espaldas y me apoyo en la puerta del baño, intentando suavizar mi tono.

-Oye, he tenido un día movidito como para que ahora tú me lo pongas más difícil.
-No eres el único que tiene un día de mierda. Yo también tengo derecho a estar aquí.
-Si quieres ayudarme a limpiar, sí. Si no, tendrás que esperar a que termine. Además, seguro que lo que te ha pasado no es para tanto.
-¿Y tú qué sabes? No sabes nada.
-¿Es que quieres contármelo?
-No. No te conozco.
-Podrías empezar por decirme tu nombre.
-No quiero. No te importa cómo me llame.
-¿Ah, no? ¿Por eso te he preguntado dos veces cómo te llamas?
-Es que no quiero decírtelo. Sé quién eres tú y no me interesa estar con un marginado social.

Auch.
Asiento con la cabeza, tratando de asimilar que esta tía me ha dicho lo que me acaba de decir.

-Y lo dice la que está aquí sola, sentada en el suelo sucio de unos baños públicos llorando a moco tendido. Así que no vayas por el insulto fácil, porque no somos tan diferentes.
-Somos muy diferentes.
-¿Ah, sí? ¿En qué, si se puede saber?

No me contesta. He ganado.
Sonrío, satisfecho.

-¿Señorita Sin Nombre? ¿Sigue usted ahí? -me burlo.
-¿Puedes dejarme en paz de una puta vez? -casi me grita, de muy malas maneras.
-¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres que te deje sola para que te regodees en tu soledad y en las tonterías que te hacen llorar? Porque lo haré.

Vuelve a no contestarme.
Aprieto las manos en puños cansados. Me cruzo de brazos, aún apoyado en la pared. Cierro los ojos y escucho sus llantos.

-Quizás tienes razón y somos diferentes.-reflexiono.-Acabo de tener una pelea ahí fuera. Me han pegado un puñetazo por vestir como quiero y porque me han castigado limpiando todos los baños públicos, incluso el de chicas. Pero han venido a defenderme. Me gustaría que estuvieses en mi piel para ver cuánta gente iría en tu ayuda.
-Déjame en paz...-musita.
-Si a todo aquel que va a ofrecerte ayuda le vas a decir que te deje en paz, dudo mucho que alguna vez vayas a otro sitio que no sea este baño.
-Me da lo mismo lo que tú pienses.
-¿Ah, sí? ¿Y por eso estás llorando otra vez?
-Lárgate, joder.-me grita.
-Me encantaría poder largarme. Pero tengo que limpiar. En algún momento tendrás que salir de ahí, veré tu cara y sabré quién eres. Lo único que estás haciendo es perder el tiempo si esperas ocultar tu identidad.

Silencio.

-Muy bien. Cuando quieras. Yo sigo a lo mío.-informo.

Me despego de la puerta del baño y me acerco a los lavabos, recuperando los guantes y un estropajo.
Esta vez me dirijo a uno de los WCs, pero antes de que pueda entrar, una puerta se abre.
Me paro en seco y retrocedo unos pasos para poder ver quién estaba obstaculizando mi trabajo.
Tengo que hacer un gran esfuerzo para que el estropajo no se me caiga de las manos.
Ese pelo rojo ondulado cayéndole por la espalda. Esa piel pálida, suave y preciosa. Esas manos perfectas agarrándose con fuerza a uno de los lavabos, como si se fuera a caer de un momento a otro.
Esas piernas al descubierto tan bien esculpidas y suaves. Y no me puedo creer que le haya dicho todo lo que le he dicho a esa criatura. De haber sabido que era ella no podría haber articulado palabra. No habría sido capaz de acercarme a ella siquiera.
Ella lleva sus manos debajo del grifo del lavabo, las llena de agua y, tras eso, las lleva a su rostro, enjuagándose la cara lentamente.
Tras unos segundos de tensión contenida, se da la vuelta y se apoya en el lavabo como minutos antes había hecho yo.
La respiración parece cortárseme cuando la miro a los ojos. Esos ojos claros, enrojecidos e hinchados de tanto llorar. Esa nariz pequeñita y recta, esos labios contraídos en una mueca.
No puedo dejar de mirarla. Me ha atrapado.

-Me llamo Daniela.


Continuará.