jueves, 27 de diciembre de 2012

Capítulo 26

Narra Daniela



-¿Daniela Carter?

La voz del profesor de Química me saca de mi trance. Doy un leve respingo, me incorporo en la silla y, con manos sudorosas, alzo el brazo y me encojo sobre mí misma, como si pudiera esconderme.

-Presente.-contesta por mí una voz rota que no logro reconocer.

El profesor ha tenido que recorrer toda la estancia con la mirada para asegurarse de que estoy aquí.
Cuando me ve, me apresuro a bajar el brazo y a volver a mi anterior posición.  
Mientras sigue pasando lista, clavo la mirada en mi cuaderno de Química, incompleto. Descuidado, con borrones en la tinta ya escrita por el sudor de mis manos.
Ni siquiera me he esforzado en intentar hacer los deberes que mandó el otro día... supongo que debo agradecer que ya haya acabado el trimestre y que las haya aprobado todas. Pero me aterra volver a casa. Con ella.

-¿Samantha Carter?
-Presente.

Su voz. Había olvidado como suena su voz tras semanas sin dirigirnos la palabra. Hace mucho tiempo que no la oigo tan de cerca, y eso que está sentada al final de clase con Chris. Estoy sola hasta en el pupitre... y eso que antes todos peleaban por sentarse a mi lado...
Y vuelve mi complejo de inferioridad. Vuelven las lágrimas, el dolor, el sentimiento de abandono... el rugir de mi estómago.

-Bueno, como sabéis, las clases han acabado oficialmente. La semana que viene comienzan las vacaciones de Navidad.-recuerda el profesor.

Toda la clase se alza en vitoreos y murmullos de alegría, comparten sonrisas y palabras de ilusión. Todos menos yo. Yo me dedico a torturarme mirando por el rabillo del ojo a Sam, con él. Con ella. Hasta me duele que Cristal la prefiera a ella antes que a mí.
Mi estómago, enfadado, vuelve a rugir. Espero que nadie más pueda oírlo.
Mi mano se incrusta mecánicamente sobre mi tripa y, temblorosa, trato de apoyarme discretamente sobre la mesa, intentando descansar mi cuerpo.

-Silencio, por favor.-pide el profesor poniendo los ojos en blanco.-Los alumnos veteranos de este centro ya saben que, por estas fechas, organizamos una fiesta de Navidad...

Murmullos más audibles se alzan en la clase, emocionados.
Respiro hondo y trato de introducirme en la información que nos quiere dar el profesor para dejar de pensar que estoy hambrienta, congelada y terriblemente cansada.
El profesor explica que la fiesta de Navidad suelen organizarla todos los alumnos del centro. Se hace una reunión sobre ese tema y todos se reparten el trabajo: algunos se ocupan de la decoración, otros de la música, de la organización del comedor y de los menús... todo ello por grupos de unas siete personas. En tales grupos se pueden incluir alumnos de distintos grados, no de uno sólo.
Tras eso, da un folio a un primer grupo para que apunten los nombres de los componentes y el curso. Todos empiezan a formar grupos... todos menos yo, otra vez.
Suspiro pesadamente con lágrimas en los ojos. Por si no fuera suficiente ser la marginada de la clase, me muero de hambre. Creo que aún tengo un par de chocolatinas en el cajón de mi armario...
Mi estómago ruge, extasiado, tan violentamente que dos chicas del pupitre de al lado me miran, con los ojos muy abiertos y burlones. Aprieto los dientes y me abrazo con fuerza, con las mejillas al rojo vivo y muerta de asco y vergüenza.
Joder.
Llevo mis brazos a mi regazo, abrazándome el tronco con fuerza... intentando asfixiar, dejar inconsciente o algo parecido a mi estómago para que deje de ponerme en evidencia.
Dos oscuras y amargas lágrimas consiguen escapar de entre mis pestañas, pero antes de que pudieran llegar a la altura de mi boca las seco furiosamente con el puño de mi jersey.
¿Estará sirviendo esto de algo? ¿He bajado de peso? ¿Estoy más guapa? ¿Se habrá fijado alguien en mí? … ¿Me parezco más a Sam?
Vuelvo a atreverme a mirarla por el rabillo del ojo, pero, como de costumbre, ella ni se fija en mí. Está demasiado ocupada prestándole atención a su novio y a su amiga, que me han desbancado de su vida.
Paso mi mano derecha por mi tripa y la tanteo.
Joder. Joder. Joder.
Los ojos me escuecen, los labios se me crispan en una mueca tan dolorosa que casi no consigo reprimir un sollozo.
Sigue ahí. Mi obesidad sigue ahí, no se ha ido. Mi asquerosa grasa sigue incrustada en mi cuerpo... y yo tengo hambre.
“Gorda asquerosa. Das asco.” -escupe mi subconsciente.
Mi cuerpo se congela y grita. Tiemblo violentamente, poniendo a prueba lo que me queda de cordura conteniéndome para no echar a correr a mi habitación y coger esas dos tentadoras y deliciosas chocolatinas que acabarán con mi vida.
Mis ojos se desvían rápidamente a la botella de agua que descansa sobre mi pupitre. Con un movimiento rápido la agarro con la mano derecha, con la izquierda le arrebato el tapón y, sin perder un segundo, llevo la boquilla a mis labios. El agua corre salvaje y helada por mi garganta. Puedo sentir como se estrella en mi estómago vacío. Y siento un alivio repentino. Parece que el hambre ha amainado un poco, pero no sé por cuánto tiempo.
Tengo que comprar más botellas de agua en el comedor, sólo me quedan dos. Necesito varias más... me quita el hambre.
Y alguna pastilla para dormir. Pero eso es más difícil... aquí no te dan medicamentos sin el consentimiento de tus padres. Ya encontraré la manera de conseguirlas. Puede que alguien tenga alguna... Sólo necesito dormir.
Llevo casi dos semanas sin dormir por las noches... porque tengo hambre. Y cuando consigo dormir, sueño con comida. Sueño que me atiborro a platos y a postres enormes y deliciosos, que disfruto, que el color vuelve a mis mejillas... que engordo. Entonces me despierto y ya no puedo volver a cerrar los ojos. Un escalofrío me recorre la espina dorsal al recordar los sueños. Un escalofrío tentador... incluso placentero. Me horrorizo.
Cuando estoy a punto de derramar un par de discretas lágrimas, el arrastre de la silla vacía de mi pupitre me sobresalta.
No me atrevo a mirar quién se ha dignado a acompañarme hasta que pasan un par de segundos.
Y ahí está ella. Clavándome sus fríos e insultantes ojos, avasallándome con su sonrisita de suficiencia. Y siento que le odio.

-Hola.

No le devuelvo el saludo. Desvío la vista hacia mi emborronado cuaderno, con un leve temblor de manos y el corazón a mil por hora.
Cristal se acomoda en la silla y continúa mirándome. Sus ojos me queman.
Ella no dice nada más, pero no se va.

-¿Qué es lo que quieres? -musito.
-Su alteza real se ha dignado a dirigirme la palabra... ¿debo sentirme privilegiada?

Y siento que realmente le odio. Que deseo borrarle esa sonrisita de una patada, darle tal paliza que logre desfigurarle la cara... deseo salirme de mi cuerpo y entrar en el suyo, atormentarla tanto como ella está haciendo conmigo.
Pero en vez de eso, me quedo sin voz. No tengo nada que contestarle.

-¿Te ha comido la lengua el gato, Daniela?
-Déjame en paz...
-Tranquila, no perderé mucho el tiempo contigo.-chasquea la lengua y desliza un folio lleno de nombres por la mesa hasta que choca con mi codo.-Sólo venía a darte esto.

Mis ojos viajan por el folio que me ha dado. Veo varios nombres conocidos, de mi clase, y muchos desconocidos. Me topo con el nombre de mi hermana, de Chris, de Cristal, de Tom, un tal Jeydon, Georg, Gustav... y con el de él.
Como en una diapositiva, sus ojos vienen a mi memoria. Me estremezco.
Temblorosa, mi mano desliza el folio hasta donde se encuentra Cristal.

-No necesito vuestra caridad. Muchas gracias.-susurro.
-¿Caridad, Daniela? -espeta, burlándose de mí.-Esto no es caridad. Es un evento benéfico. Deberías agradecerle a Sam que...
-Sam se puede ir al infierno, y tú con ella.-farfullo, con los ojos llenos de lágrimas.

Cristal se queda unos segundos procesando lo que acaba de ocurrir. Su mano se estampa contra el folio y contra la mesa, haciendo tanto ruido que varias miradas curiosas se interesan por nosotras.
No le miro a los ojos, hago como que no me ha impactado su furia, pero he dejado de respirar.

-Vete a la mierda y púdrete en ella, Daniela.-escupe con el tono más desagradable que puede utilizar.

Cristal se levanta de la silla y la empuja haciendo mucho ruido, atrayendo la atención de toda la clase de nuevo.
Me atrevo a observarla alejándose de mí sólo cuando estoy completamente segura de que está de espaldas a mí. Camina firme sobre el suelo, formando un leve revuelo con su falda de uniforme. No recuerdo cuándo fue la última vez que me atreví a andar de esa manera.
Cuando llega al pupitre de Sam y Chris, estampa el folio de nuevo contra la mesa, asustándolos. Empieza a gesticular con la boca y las manos, hablando muy rápido y muy alto. Consigo entender palabras sueltas como “asquerosa”, “prepotente” y “estúpida”. Todos dirigidos hacia mí.
Entonces, los ojos de Sam se desvían hacia donde estoy yo. Se me corta la respiración. Él también se vuelve para mirarme; Cristal acaba haciéndolo también. Las tres personas que más daño me han hecho ahora me miran como si no entendieran nada.
Me hacen flotar sobre un abismo infinito, ya ni siquiera siento que haya una silla sosteniendo mi descomunal peso.
El corazón se me acelera violentamente cuando veo que Sam se levanta de su asiento y se dispone a venir hacia mí.
Por un instante pienso en levantarme de la silla, correr hacia ella, tirarme a sus brazos y refugiarme en ellos, como hacíamos de niñas. Pero no puedo hacerlo. Mi orgullo y mi inferioridad me golpean la cara antes de que pueda hacer lo que realmente quiero.
Con los ojos llenos de lágrimas, antes de que Sam logre llegar hasta donde estoy yo, me levanto de golpe de la silla y la esquivo. Ella consigue agarrarme de la muñeca izquierda y me retiene unos segundos en los que vuelvo a pensar qué debo hacer. Y de pronto lo sé.
Me suelto con fuerza de su agarre y le empujo hacia atrás, con fuerza, con odio y con furia. Veo que acaba estrellándose de espaldas con el pupitre que tenía tras ella.
Sam me mira con los ojos muy abiertos y húmedos hasta que Chris llega hasta ella. Él me mira con la más rastrera de sus miradas y abraza a Sam con fuerza.
Mis lágrimas no aguantan más y acaban cayendo de mis pestañas.
Para más inri, recibo un empujón por la espalda. Me doy la vuelta mecánicamente, aunque deseo no haberlo hecho cuando Cristal se agranda ante mí.

-Ni se te ocurra ponerle una mano encima a Sam, envidiosa de mierda.

Sus palabras me abofetean la cara. La aparto de mi camino y echo a correr fuera de clase, con la mirada de todos los alumnos en mi nuca, sin ni siquiera molestarme en recoger mis cosas.
Echo a correr por los pasillos, con la cara tirante por las lágrimas, las manos y los pies helados y con las rodillas flaqueándome, advirtiéndome que no resistirán mucho más.
El timbre de cambio de clase suena. Y, no sé cómo, echo a correr aún más rápido hasta mi guarida secreta.
Cuando la puerta rosa del baño de chicas se alza ante mí, siento una liberación aplastante.
Empujo la puerta y entro. Hay algunas chicas esparcidas delante de los espejos. Se vuelven un momento y me observan. Algunas con una sonrisita, otras sorprendidas y algunas incluso con preocupación. Entro en un baño aleatorio y me encierro en él. Apoyo la espalda contra la puerta y cierro los ojos, respirando muy hondo. Y me quedo así durante unos diez minutos aproximadamente, cuando ya no oigo nada en los baños y sé que todos han vuelto a clase.
Un primer sollozo rompe el silencio, seguido de varios más. Llevo las manos a mi cara y me deslizo hasta llegar a sentarme en el suelo, como tantas otras veces.
Y allí me abandono. Intento expulsar mi dolor, mi angustia, mi miedo, mi frío, mi hambre, mi cansancio... mi vacío.
Mi estómago vuelve a llamarme la atención. Aprieto los dientes, que castañean por el frío que siento. Estoy tiritando.
Me encojo sobre mí misma y apoyo la cabeza sobre las rodillas, protegiéndome, tratando de calmar el frío con mis helados brazos y manos.
Pienso en Sam, en cómo la he rechazado y me siento fatal, porque no es lo que quería ni mucho menos. Pero no puedo soportar que sea tan feliz a mi costa mientras yo estoy aquí más sola que la una, abandonada y despreciada como si fuera algo asqueroso.
Lo peor es que quizás sí que lo soy. Soy tan horrible que nadie me quiere a su lado; estoy tan gorda que nadie quiere que le vean conmigo.
La rabia me surca medio cuerpo y acaba en mi puño derecho, que estrello contra la pared endeble del baño. Y me hago daño, pero no puedo parar.
Dos golpes con los nudillos en mi puerta me sobresaltan.

-Eres tú... ¿verdad? -preguntan al otro lado de la puerta.

Y es su voz. Sus ojos vuelven a venirme a la memoria. Asiento con la cabeza aunque sé que él no puede verlo.

-Déjame entrar, por favor.

Niego con la cabeza, convulsionándome en sollozos, aunque lo que quiero sea justo lo contrario.

-Daniela, por favor. No me hagas esto otra vez.

Sigo sollozando dentro de ese baño, deseando con todas mis fuerzas abrir la puerta y poder verle la cara. Que me sonría, me abrace... me quiera.
Pero me siento muy débil. Soy débil.

-Necesito verte.

¿De verdad?, quiero preguntarle. Pero no me sale la voz.

-No me hagas saltar la puerta, por favor. Tengo que maniobrar mucho y mi coordinación mano-ojo no es demasiado buena.

Y me arranca una sonrisa llena de lágrimas.

-Eso hace muy tentador no abrirte la puerta... -susurro.
-Será gracioso hasta que me caiga y me desangre. No corramos el riesgo.

Sorbo por la nariz y me levanto del suelo. Coloco bien mi falda y pongo mi pelo en su sitio, me limpio las lágrimas y respiro hondo.
Agarro el pomo de la puerta con la mano y la abro.
Y ahí está, cruzado de brazos y mirándome directamente a los ojos. Sus ojos reales se funden con la diapositiva que tenía guardada en la cabeza. Me estremezco.
Me tiende una mano. Observo sus dedos, finos y largos, sus uñas teñidas de negro. Y no dudo esta vez en dársela.
El calor de su mano contrasta con la humedad y la frialdad de la mía, haciéndome sentir un poco mejor.
Me saca fuera del baño y paramos frente a los lavabos. Reconozco el carrito de limpieza que lo acompañó la primera vez que me sacó de este sitio.
Bill me observa de arriba a abajo, sin dejarse una parte de mi ser sin revisar. Me ruborizo y aparto la mirada.

-¿Qué te ha pasado?

Me encojo de hombros. Él suspira y me mira a la cara.

-¿Has comido algo?

Comida. Mi estómago. Rugido embarazoso.
Pero Bill no sonríe.

-Me prometiste que ibas a comer.-me encojo de hombros.-Daniela, joder.
-No tengo hambre.
-Dann. Sabes que me duele y me fastidia que me mientas. Para.

Nos quedamos en silencio. Bill no deja de observarme, apoyado en uno de los lavabos.
Me atrevo a mirarlo de una vez, aunque me ruborizo. Me encanta su pelo. Y su mandíbula. Y su boca. Y sus manos... Y sus ojos...
Recuerdo cómo lo rechacé, lo que pensaba de él por ser como es. Y me odio por ello, porque no hay persona más maravillosa que él. Exterior e interiormente.

-Te he echado de menos... -susurro, quebrándoseme la voz.

Los ojos de él se abren un poco más y tuerce una pequeñísima sonrisa.

-Yo también, Dani.

Dos lagrimones terminan de verificar lo que acabo de decir. A Bill se le desvanece la sonrisa, y vuelvo a odiarme por haberla fastidiado.

-Ven aquí.-musita, agarrándome las manos y juntándome con él.

Envuelvo su delgado torso con mis brazos y me derrumbo sobre él. Me dejo vencer por la añoranza de su dulce olor, de sus caricias en mi pelo, de cómo me mece mientras me abraza.
El calor de su cuerpo llega hasta el mío, haciéndome tener una temperatura normal y estremecerme de alivio. Y ya no siento nada más que tranquilidad, algo de alegría incluso. Ya no pienso en Sam. Bill se ha introducido dentro de todos mis sentidos. Me siento completa.

-No me dejes nunca.-le suplico, mojando su camiseta con mis lágrimas.
-No lo haré.
-Por favor, no me dejes.-sollozo.
-Nunca.-me promete, con la voz un poco ronca.

Me echo a llorar sobre su pecho, escuchando los latidos de su acelerado corazón, y él aguanta cada una de mis lágrimas.

-Por favor... -suplico de nuevo, desesperada.-No me dejes nunca. No me abandones. Te necesito...
-Nunca te dejaré, Daniela. Te lo juro. Estaré siempre aquí para tí. Yo también te necesito.
-No dejes que esto nos gane, Bill. Por favor, no me dejes. No puedo hacerlo sola.
-No estarás sola.

Subo mis brazos hasta rodearle el cuello con ellos y me alzo de puntillas. Hundo la cabeza en el hueco de su cuello y trato de calmarme impregnándome de su olor.
Bill desliza sus brazos a la altura de mi cintura y me alza sobre el suelo, quedando a la altura de sus ojos. También están llenos de lágrimas.

-Esto no nos va a ganar. No va a poder con lo nuestro. Nunca te voy a abandonar, Daniela. No me abandones tú a mí tampoco.


Niego repetidas veces con la cabeza, intentando retener los sollozos una vez más.
Me baja al suelo y me agarra la cara con ambas manos. Con sus pulgares seca mis lágrimas más recientes y me mira a los ojos.
Se acerca a mí y me besa en los labios. Una oleada de calidez, acompañada de un escalofrío, me recorre de arriba a abajo.
Cuando se separa de mí me vuelve a abrazar.

-Te quiero, Daniela. Y siempre te querré.-susurra, y yo cierro los ojos.-Necesito que tú también me quieras.
-Y te quiero.
-Demuéstramelo. Lucha contra lo que tienes dentro. Yo te ayudaré.
-Es imposible, es demasiado fuerte.
-No, no lo es. No más que tú y yo.

Y quiero creerle.

-No podrá con nosotros.-promete.

Continuará.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

¡Hola a todos! Sé que llevo un tiempo sin subir, pero estoy un poco liada con los trabajos de la Universidad y tal. Estoy reescribiendo el siguiente capítulo, espero poder subirlo esta tarde o como muy tarde mañana. Siento haber estado "desaparecida". Un besito :-)