domingo, 21 de abril de 2013

Capítulo 31




Narra Tom

-Así que no te preocupes. Bill parece que está un poco mejor...

Silencio al otro lado de la línea. Parece que se ha cortado la llamada.
Me despego el móvil de la oreja para comprobarlo, pero la pantalla aún me informa de que Cristal sigue al otro lado del teléfono.

-¿Cris? ¿Cristal? -no hay respuesta.- ¿Me oyes?

Me levanto del asiento de la parada del autobús y voy cambiando de sitio para ver si se debe a la cobertura.
Cuando ya estoy a punto de matar al móvil por dejarme colgado en mitad de la conversación con Cristal, sabiendo que sólo puedo hablar con ella una vez porque ha tenido que usar una cabina del hospital, su voz, un poco distorsionada, vuelve a hacer acto de presencia:

-¿Tom?
-Sí, estoy aquí. Mierda, creía que se había cortado la llamada...-suspiro, aliviado.
-Perdona. Es que esta puta cabina está al lado del ascensor y parece que si me acerco más de lo debido pierde la señal...
-No te preocupes. Te decía que no te preocupes más por Bill, está bien.
-Bueno, me alegro. Dale un beso de mi parte.
-Nosotros no nos damos besos.-espeto, sonriendo por su ocurrencia.
-Qué machitos sois. Pues un abrazo, un apretón de manos, un choque de pecho, lo que no os haga descender en la escala social.

Me desternillo de risa.
Eso es algo que adoro y admiro de ella. Está en un hospital, con su hermano encamado y débil, después de haberse llevado otro de muchos sustos a lo largo de su vida con respecto a la salud de Chris... y consigue hacerme reír.
Cristal suelta una pequeña risita.

-¿Se sabe ya cuando le dan el alta a Chris?
-No lo tienen muy claro. Quieren tenerle un par de días en observación... cuando consiguieron despertarlo sufrió un ataque de pánico. Fue... horrible. Tenía los nervios completamente destrozados.
-Y... -respiro hondo, con el vello de punta.- ... ¿cómo está ahora?

Cristal se toma varios segundos para contestar, lo que me inquieta sobremanera.
Respira hondo y entrecortadamente. Puedo evocarla. Apuesto a que está a punto de echarse a llorar.

-Cristal...-musito.
-No sé cómo está. No lo sé, de verdad que no lo sé.-aprieto los labios con fuerza y respiro muy hondo para ahogar mis lágrimas.- Intento hablar con él y me rehúye, Tom. No quiere decirme qué es lo que vio, lo que oyó o lo que sintió. Y estoy cagada de miedo por lo que pueda ser.

La frase acaba con un sollozo. Aprieto los puños con fuerza y trato de sobreponerme.

-Hey... vamos, no llores...- y me siento un completo hipócrita al tener los ojos llenos de lágrimas y al sentir el mismo miedo que debe sentir ella.
-Tengo miedo de que haga alguna estupidez, Tom.
-No lo hará. Yo sé que no lo hará.
-Y sólo habla de Sam. Sólo me repite que quiere verla y que quiere hablar con ella.
-Los profesores han decidido que lo mejor es que Sam se mantenga un poco apartada de todo esto. Lo ha pasado fatal.

Cristal sorbe por la nariz repetidas veces. Me la imagino mordiéndose el labio inferior y secándose las lágrimas con el puño del jersey, porque es lo que siempre hace. Hace tantos años que la conozco que soy capaz de predecir cualquier movimiento o cualquier reacción. Y no puedo evitarlo. Me sé todos sus movimientos de memoria. Todos. Sencillamente no puedo dejar de mirarla. Aunque todo eso ella no lo sabe. Tampoco es necesario que lo sepa.

-Bueno... ¿cómo está Sam?

A lo lejos veo de venir el autobús. Alzo la mano para indicarle que pare y me recoja. Me despego el móvil de la oreja y tapo el micro con el dedo para que Cristal no pueda oír el autobús o, al menos, no demasiado.
Pago mi peaje y busco un sitio junto a la ventanilla.
Me llevo el móvil al oído de nuevo y escucho a Cristal llamarme sin cesar.

-¿Tom? ¿Hola? -sonrío.
-Hola.
-Joder, creía que se había cortado.-sonrío al comprobar que Cristal no ha oído el autobús.
-Sí, eso parece.
-Te pregunté que cómo está Sam.-me recuerda.
-Bueno... ya sabes...
-La verdad es que no lo sé. Ojalá pudiera hablar con ella...
-Está... asustada. Triste. Y destrozada. Ella casi sufre un ataque de pánico.
-En ocasiones pienso que sería mejor que Chris y Sam nunca se hubieran conocido. Están sufriendo mucho...
-Bueno, todo ocurre por algo.
-Es que esto no es fácil. Chris no es una persona fácil, y la carga que lleva aún menos. Es una mierda no poder contarle a los médicos lo que Chris puede ver... lo que yo también puedo ver. Si se lo decimos seguro que nos encierran en un psiquiátrico.

Aprieto los labios en una fina línea. Desvío la mirada hacia la ventanilla y parpadeo varias veces. Respiro hondo antes de hablar para que ella no note que me afecta lo que está diciendo.

-Cristal, tú no estás loca.

Silencio al otro lado de la línea. Aprieto el móvil con la mano que lo sostiene.

-En ocasiones no sé qué pensar, Tom.
-¿Es que Chris también está loco? ¿Es eso lo que estás diciendo?
-No lo sé.
-Yo te creo. Te juro que te creo.
-... Lo sé... -su voz se rompe.

Un inmenso nudo me hace daño en la garganta. No, no lo sabe. No sabe lo mucho que le creo. No tiene ni idea.
Confío tan ciegamente en ella que dejaría que me guiara, con los ojos cerrados, a través de un volcán en erupción.

-Te quiero, Cristal.

Ella no dice nada, aunque tampoco lo necesito. Sólo estoy deseando llegar al puto hospital y hacerle reír.
Cristal vuelve a echarse a llorar. Es irremediable que al final ceda a frotarme los ojos con el puño de la chaqueta para secarme las lágrimas.

-Venga, no llores.-le pido, con la voz más alegre que puedo poner.
-Y por si todo esto no fuera suficiente, me muero por verte. Te echo de menos...-susurra.

Sonrío, aunque ella no puede saberlo. Igual que no sabe que podrá verme en menos de diez minutos.

-Yo también te echo de menos.
-¿Qué estás haciendo ahora? Oigo un poco de ruido.
-Estoy en mi habitación. Será Bill cantando, está desafinando que te cagas.-suelto rápidamente y sin respirar.

Gracias a Dios, ella se ríe un poco.

-Deja de meterte con él, lo hace genial.
-Ya lo sé, pero es mejor no decírselo. Luego se le sube a la cabeza y cualquiera le aguanta.
-Eres un quemasangre...

En ese momento veo a lo lejos la parada en la que debo bajarme.
Me levanto apresuradamente, tapando el micro del móvil con la mano, para darle al “Stop”.
El autobús decelera y va parando con suavidad junto a la parada. Las puertas se abren y bajo de un pequeño salto hasta la acera.
Junto a la parada está el largo camino de piedra que conduce hacia el hospital y que me dispongo a recorrer con bastante rapidez.

-¿Tom? ¿Tom? -logro oír al otro lado del teléfono.
-Perdona. Estaba en mi mundo.

Cristal finge que se enfada y se mete conmigo por haberla “abandonado” durante más de quince segundos.
El ambiente interior del hospital es catastrófico. Se ve que por culpa de la persistente y fuerte lluvia han habido accidentes de tráfico. El aire es pesado y agobiante.
Odio los hospitales. Desde que me rompí la pierna aquel verano juré y perjuré que nunca más volvería a pisar uno.
Claro, que eso era antes de conocer a Chris. Ahora, por desgracia, mis visitas al hospital son algo más frecuentes.

-Bueno, debería dejarte ya. Voy a ver cómo está Chris y a ir a por algo de merendar. Estoy que muerdo.-me dice.
-Ya podrías estar que muerdes cuando me vuelvas a ver...-insinúo, sonriendo.
-En tu presencia eso es constante, Tom...-se ríe, aunque creo que lo dice en serio.

Me sonrojo sin querer. Qué idiota soy. Llevo más de dos años junto a ella y parece que esta es una de las primeras veces que Cristal me dice que le gusto.

-Qué graciosa eres...-digo, agradeciendo que no pueda ver mi rubor.-Oye, Bill quiere saber qué habitación es la de Chris para luego intentar llamar y hablar con él.-pulso el botón del ascensor.

Vale, sé que soy un desastre. He olvidado cuál es la habitación de Chris y, con ello, la planta a la que debo subir.
Pero una mentirijilla nunca viene mal...

-Planta 3, habitación 344.

Las puertas del ascensor se abren. De él salen dos señoras que me miran de arriba a abajo como si nunca hubieran visto a un chico de mi edad deambulando por el hospital. También sale una niña de unos cuatro años con una muñeca reposando sobre su brazo derecho. Me observa tan fijamente que incluso me siento incómodo.
Le hago una mueca y ella sonríe. Le devuelvo la sonrisa y entro en el ascensor. Pulso el número dos.
La niñita aún me sigue mirando. Me despido con la mano y ella me lanza un beso. Se lo devuelvo y las puertas se cierran.
Al otro lado de la línea oigo la voz de Cristal muy distorsionada pronunciando una y otra vez mi nombre.
El viaje en el ascensor se realiza con rapidez. Las puertas se abren y salgo.
Sólo tengo que mirar a la derecha para verla, de espaldas a mí, junto a la cabina y llamándome como una loca.
En los pies lleva unas Converse azul celeste. Unos leggins negros (que los adoro, por cierto), un jersey del mismo color que los zapatos. El pelo recogido en una alta cola de caballo, dejando al descubierto su nuca.
Se me infla el pecho antes de hablar:

-Tenías razón. No hay cobertura en el ascensor.

Cristal deja de llamarme por el teléfono inmediatamente.
Gira la cabeza lentamente, dejándome mirar su bonito perfil. Cuando ve que realmente estoy aquí, se lleva una mano a los labios lentamente.
Sus ojos se inundan de lágrimas. Los míos también.
Varios mechones de su pelo oscuro le ocultan algunas facciones de su rostro. Aún así, sigue estando preciosa y perfecta. La perfección que sólo ella puede relucir.
Suelta el teléfono que aún sostenía en la mano libre. Trata de sonreír, pero no lo consigue. Se echa a llorar en cuanto su cuerpo choca contra el mío.
La abrazo con fuerza por la cintura y hundo la cara en el hueco de su cuello. Su olor me vuelve a inflar el pecho.
Hago un recorrido de besos por su cuello hasta llegar al lóbulo de su oreja. No sé si he mencionado lo mucho que me gustan sus orejas.

-Hey, venga...-le digo, apartándola un poco de mí para poder mirarla a la cara.

Sus preciosos y poco comunes ojos azules están hinchados y enrojecidos por el llanto.
Aunque sigue llorando un poco, empieza a reírse mientras trata de secarse las lágrimas.

-Eres un idiota. Me llevas tomando el pelo casi toda la llamada.-me reprocha.
-Era una sorpresa. Esperaba un recibimiento en plan “Oh, Tom. Eres el mejor novio del mundo. Podríamos montárnoslo en el ascensor como agradecimiento.”
-Cállate, imbécil.



Se desternilla de la risa dándome un empujón.
Sonrío anchamente. La aprieto contra mí y le estampo un beso en la frente.
Cristal se refugia en mis brazos y apoya la cabeza en mi hombro.

-Gracias. De verdad.-susurra.
-Shh

La mezo en mis brazos durante un rato en el que ella consigue serenarse.

-¿Me acompañas a por algo de comer y vamos a ver a Chris? Seguro que se alegra de verte.-propone, despegándose un poco de mí.
-Claro.

Cristal y yo bajamos por las escaleras los tres pisos que nos llevan hasta la cafetería. Durante todo el trayecto no hemos dicho una palabra, sólo quiere estar agarrada a mi mano.
Cuando llegamos a la cafetería, me sorprendo al volver a ver a la pequeña niña sentada en una de las mesas, comiendo un enorme trozo de tarta de chocolate con una vela. Las personas que deben estar junto a ella deben ser sus padres. La animan a pedir un deseo y a soplar la vela, que me indica que va a cumplir cinco años.
Sin embargo, se me rompe el corazón al ver que junto a esa niña hay una gran barra de metal de la que cuelga una bolsa con lo que debe ser un suero. La niña es una paciente y tiene que celebrar su quinto cumpleaños en un hospital.
Cristal también la observa. Sin decir nada, suelta mi mano y se va directa hacia un pequeño puesto de caramelos que hay en la cafetería. Elige una enorme piruleta de colores, la paga y se da la vuelta con una enorme sonrisa.
Va hacia la pequeña y le entrega la piruleta. Cristal le desea feliz cumpleaños, y a la niña se le iluminan los ojos. Coge la piruleta con delicadeza, como si se fuera a romper en cualquier momento. No le da las gracias a Cristal, pero sonríe tan anchamente que son los padres quienes se lo agradecen.

Los ojos se me llenan de lágrimas.
Cristal vuelve junto a mí, igual de emocionada que yo. Se seca las lágrimas con el puño de su jersey y me mira:

-Ningún cumpleaños es bueno si no hay una gran piruleta en medio.

No dice nada más. Se dirige a la barra y pide la merienda para ella, para mí y para Chris.
Durante el camino de vuelta a la tercera planta no decimos nada.
Cuando estamos frente a la puerta de la habitación de Chris, ella me mira. Me dedica una pequeñísima sonrisa y gira el picaporte para abrir la puerta.
Respiro hondo antes de atreverme a entrar.

La habitación es blanca, sosa. No es compartida, sino que Chris está solo. Él está postrado en la cama, tapado con las sábanas hasta la cintura. No nos mira cuando abrimos la puerta, sino que se dedica a mirar por la ventana.

-Chris, mira quién ha venido.-susurra Cristal dejando la bebida y la comida en una mesa portable.

Chris gira con rapidez la cabeza hacia donde estoy yo. Sus ojos se abren con sorpresa, pero ahí está el destello de decepción.
Trago saliva y cierro la puerta tras de mí. Chris me sonríe, pero la sonrisa no llega a sus ojos.

-Tío... ¿cómo estás?-susurro, acercándome a él.
-Estoy bien.
-¿De verdad?
-Estoy perfectamente.

Pero no le creo. Me encantaría creerle, pero no puedo.
Sus ojos están raros. Está ausente, aunque trate de aparentar que no lo está.
Chris me mira a los ojos. Vuelve a sonreír. Mi respuesta es una mueca que quería ser una sonrisa.
Sus ojos están inertes, vacíos.

Y me pregunto si será sólo por la decepción de que no soy Sam.

Continuará.