sábado, 18 de mayo de 2013

Capítulo 33


Narra Bill

-Tom, has vuelto a equivocarte...-dice Georg.

Silencio. La cabeza me da vueltas y el pánico está empezando a hacer acto de presencia en mí.
Vuelvo la cabeza y observo a Tom. Él tiene la cabeza agachada, aunque apostaría a que lo hace porque sabe que yo le estoy mirando. Aprieto el micrófono con la mano derecha y trato de hacer una respiración profunda. Sin embargo, el corazón me late a mil por hora, tengo calor y me tiembla todo el cuerpo.

-Lo siento.-susurra Tom.

La tensión que hay sobre el escenario del salón de actos se puede cortar con un cuchillo. Gustav, tras de mí, carraspea un poco para romper el silencio. Cada vez estoy más convencido de que esto es un error. No sé en qué estaba pensando al apuntarnos para tocar en la fiesta de Navidad, de verdad que no lo sé. Y Tom no está ayudando a que lo averigüe.

-Bueno, estamos todos muy nerviosos. Es normal que nos equivoquemos a veces...-comenta Georg.
-Que todos nos equivoquemos un par de veces sí lo es. Pero que Tom se haya equivocado las últimas ochenta veces no, no es normal.-espeto.

Tom alza la cabeza y me mira, impasible. Odio que haga eso, me hace sentir estúpido.
Aprieto más el micrófono con la mano, conteniéndome para no tirárselo a la cabeza.
El corazón sigue latiéndome con una fuerza descomunal; incluso pienso en la posibilidad de que se abra paso por mi pecho y se me caiga al suelo.

-Bueno, tranquilízate. Ahora sólo falta que os peleéis...-interviene Gustav, apartándose de su batería y reuniéndose con nosotros.
-No me digas que me tranquilice. La puta fiesta es pasado mañana y a Tom parece que le importa una mierda.-farfullo, controlando las ganas de asesinar a alguien.
-A todos nos importa, Bill. Vale ya.-Georg suelta el bajo y se posiciona entre Tom y yo.
-¿Qué te pasa, Tom?-pregunta Gustav.

Tom me aparta la mirada y la dirige hacia Gustav. Murmura un simple “nada” y vuelve la vista hacia su guitarra.

-Y encima tienes el descaro de decir que no te pasa nada.-escupo.

Tom vuelve a mirarme de esa manera y la sangre me hierve bajo la piel.
Suelto el micrófono de golpe, que cae al suelo con estrépito y doy unos pasos amenazadores hacia mi hermano. Georg y Gustav se dan cuenta y se acercan a mí rápidamente. Georg me empuja suavemente hacia atrás, pero no me hace apartar la mirada de Tom, que sigue observándome con tal indiferencia que me hiere el orgullo.

-Tom, venga. Dinos lo que te pasa... estamos un poco estresados, y no nos ayudas a tranquilizarnos.-le pide Gustav.
-Que no me pasa nada. Es sólo que no me acuerdo de cuándo tengo que entrar.-suelta, tan tranquilo.

En mi interior explota algo. Enrojezco de rabia e incluso se me llenan los ojos de lágrimas.
El pánico, el miedo y un cúmulo de cosas de ese tipo me asaltan de nuevo. Siento miedo de que el cerebro me explote de un momento a otro por los nervios.

-A ti esto te importa una mierda, ¿verdad? ¡Yo te importo una mierda!-le grito con tanta rabia que se me corta la voz.
-Bill...-Georg me retiene agarrándome por los hombros. Lo peor es que Tom no dice nada y me enfurece aún más.
-¡¡Te importo una puta mierda!! ¡¡Para mí esto es importante, y a ti te da igual!!
-Déjame en paz, Bill.-suelta Tom con tanta tranquilidad que me duele.
-¡¡Como si no tuviera suficiente con saber que todos vendrán a ver al maricón de Bill, el que se pinta los ojos, el que es raro, el que es una mierda, tú se lo pones fácil!! ¡¡Claro, como a ti no te acosan, no te pegan cuando vas por los pasillos y no te insultan incluso por e-mail, te importa una puta mierda!!
-Bill...-susurra Georg, conmocionado.

Lo peor es que no he podido aguantar las lágrimas. Lo peor de todo es que ahora Gustav y Georg saben también lo patético y débil que soy.
A Gustav y a Georg se les descompone la cara, incluso creo que Georg estaba a punto de abrazarme. Pero Tom sólo me mira como si no entendiera nada.
Aparto a Georg de un empujón y salto del escenario hasta aterrizar de pie en el suelo. Echo a correr hasta la puerta de entrada y me trago las lágrimas aunque esté deseando ahogarme en ellas.
En cuanto pongo un pie fuera del salón de actos, choco contra Daniela.

-¿Bill?-susurra en voz tan baja que casi no logro oírla.

Me topo con sus ojos, que me observan incrédulos.
Quiero fingir que estoy bien y saludarle como si no hubiera pasado nada, pero su repentino abrazo me desbarata los planes. Apoya la cabeza en mi pecho y dice:

-Tranquilo.

Y me tiembla todo el cuerpo. La rodeo con los brazos y apoyo la mejilla en su coronilla. Y por un momento me siento como en casa. En una casa algo desestructurada, pero en casa al fin y al cabo.
Daniela acrecenta la fuerza de su abrazo alrededor de mi tronco, arrebatándome las fuerzas, haciéndome desfallecer. Cierro los ojos y las lágrimas se amontonan bajo mis párpados.

-Tranquilo...-repite, acariciándome la espalda con la mano.

Puedo jurar en este momento que cogería a Daniela y me iría hasta el fin del mundo con ella. Sólo con ella. Sin dinero ni putas mierdas, me iría con ella a vivir bajo un puente a esperar a que pase algo.
Me entiende. Ella sí que me entiende. Hasta hace dos minutos creía que Tom era el único que me comprendía de verdad, pero ahora sé que no.
Se separa suavemente de mí y agarra mi cara entre sus manos, que están tan heladas como siempre. Me mira con esos ojos suyos, esos que son un mar revuelto en el que me veo nadando para no ahogarme... pero que me arrastra con él.
Y me siento perdido, desvalido, abandonado. Es un sentimiento tan profundo y tan intenso que me rompe el corazón en mil diminutos pedazos.
Daniela me seca las lágrimas con sus dedos y yo intento sonreírle. Agarra mi mano con la suya y me lleva con ella hacia el exterior.
En este momento está casi todo el mundo en Hamburgo comprando sus trajes para la fiesta de Navidad, y la entrada está desierta.
Caminamos de la mano, adentrándonos por los jardines del internado. Daniela escoge un sitio en concreto, ya que nos detenemos y me invita a tumbarme con ella sobre el césped.
Nos dedicamos a observar el cielo desde el suelo y, aunque hace frío, no nos queremos mover de allí.
El viento ondea la hierba y ésta me acaricia la nuca y las manos. Cierro los ojos un momento para disfrutar de la sensación y cuando vuelvo a abrirlos para mirar el cielo incluso me maravillo. Contemplo el azul del cielo, los pájaros flotando, el Sol molestándome en los ojos.
En mi interior siento que se esboza un sentimiento que hace que mi corazón lata aún más deprisa. Y sonrío.
Plenitud, esa es la palabra.

Daniela desliza sus dedos por el dorso de mi mano. Ella está ya sentada sobre la hierba, observándome. Me sonríe.
Agarro su mano con la mía y me incorporo. Daniela me mira con detenimiento, sin dejar de sonreír en ningún momento. Es genial verle así. Tan tranquila, despreocupada, cariñosa... tan... niña.

-¿Te encuentras mejor?-pregunta. Su voz aún da de lleno en mi estómago.
-Sí. Gracias.
-Aquí vengo siempre que creo que dentro hay demasiados nubarrones.-susurra, desviando la mirada hacia el césped.
-Gracias por traerme contigo.

Ella no responde.
Hoy lleva una camiseta gris de manga larga que le queda grande y unos vaqueros que me cuentan más de lo mismo.
Me ha soltado la mano y ahora está entretenida deslizándola a ras de la hierba. Para mí no pasa desapercibido el constante tembleque que acompaña a sus movimientos.
Sus pómulos están aún más marcados, su piel es más pálida y puedo ver cómo algunos pelos de su melena roja salen volando con el viento.
Parece incluso que está más baja.
Trago saliva.
Llevo mi mano derecha hacia su mejilla y la acaricio con el dorso. Daniela sonríe e inclina la cabeza contra mis dedos.
Me acerco más a ella y me giro, de tal manera que puedo mirar su perfil de frente.
Rodeo su pequeña y delgada cintura con mis brazos y apoyo la frente en su hombro.

-Dani.-susurro.
-¿Qué?
-¿Y tú? ¿Te encuentras mejor?

Daniela se toma unos segundos para responder que a mí se me hacen eternos. Sin embargo, espero pacientemente a que ella se decida a contestarme. Mientras tanto, me dedico a deleitarme con su dulce olor a vainilla, creo. O a algo parecido a la vainilla; no estoy seguro. Pero lo adoro.

-Ahora sí. Mucho mejor.-responde.

Alzo la cabeza para mirarla. Ella también lo hace.
Su delgadez y enfermedad han afectado a esas facciones tan dulces y perfectas que tenía antes. Sus labios ya no son tan rosados como lo eran antes, pues ahora Daniela siente frío a todas horas y el tono ha cambiado a una especie de morado muy leve. Sus ojos están más hundidos, más tristes.
Igualmente, sólo puedo verla de una manera:

-Eres preciosa.

Es agradable ver cómo algo de color llega a sus mejillas. Hace que sienta que aún hay esperanza, que está viva, que ella puede volver a vivir... conmigo.
Daniela acaricia mi pelo con los dedos. Luego los pasa desde mis sienes hasta la mandíbula, trazando las líneas que delimitan mi barbilla.
Adoro cuando lo hace. Me paraliza, hace que me sienta hermoso, especial... y hace que sienta que no estoy solo.
Siempre sonríe cuando acerca sus dedos a mis labios, sobre todo por el lunar que hay bajo mi labio inferior.
Mi mano derecha sube por su espalda hasta su nuca. Me alzo y me aventuro a besarla en los labios.

Daniela me abraza y esconde su rostro en el hueco de mi cuello. Respira hondo y pausadamente, y yo la siento como a una muñeca frágil, de cristal. Y que puede romperse en mis manos en cualquier momento.
La idea hace que me escuezan los ojos.

-Te quiero, Dani.-musito en voz baja para que no sepa que me cuesta hablar.-Y siempre te querré. Siempre. De verdad.

Daniela no me responde, pero me abraza aún más fuerte.

-Quiero que vuelvas a ser tú -susurro, con la garganta dolorida por aguantar las lágrimas.- y confío en que volverás a serlo. Y en que lo serás conmigo.
-No me dejes, Bill. No puedo sin ti.

Daniela se convulsiona entre mis brazos. Miro al cielo, impidiendo de alguna manera echarme a llorar.

-Nunca, Dani. Nunca.

Mis dedos se clavan en sus menudos brazos con fuerza, aunque Daniela lo recibe como una liberación y me abraza más fuerte.







Daniela me acompaña de la mano por los pasillos del internado hasta que paramos frente a la puerta del salón de actos. Ella no me ha preguntado qué es lo que me ha pasado, y en cierto modo se lo agradezco.
Daniela presiona mi mano con la suya y se decide a girar el picaporte para abrir la puerta.
Aunque se oían voces, en cuanto se dan cuenta de que la puerta se ha abierto, cesan. Respiro hondo, trago saliva y, junto a Daniela, echo a andar.
Gustav está sentado en la batería, Georg está de pie junto a él y Tom... está sentado en el borde del escenario, solo. Mirándome desde allí.
Baja del escenario de un salto y anda lentamente hacia nosotros. Cuando Tom está lo suficientemente cerca, Dani suelta mi mano y va a acomodarse en uno de los mullidos asientos del salón.
Me paro en mitad del salón, rígido, tembloroso, con un nudo en la garganta. Tom deja de andar cuando sólo nos separa un mísero metro de distancia.
Nos miramos a los ojos durante un buen rato, sin mediar palabra. Tampoco hacen falta.
Cuando me dispongo a reemprender la marcha hacia el escenario, Tom se apresura hacia mí, me agarra de la nuca con la mano y me para.
Tiene los ojos ligeramente humedecidos. Es una humedad tan leve que, seguramente, sólo puedo ver yo.

-No vuelvas a decir que no me importas.

No decimos nada más. Ahora sí que no hace falta decir nada.
Tom me suelta y me dedica lo que creo que es una media sonrisa.
La puerta abriéndose nos vuelve a sorprender, y más aún cuando veo entrar por ella a Sam y a Jeydon.
Esbozo una gran sonrisa al ver a mi amiga y la acompaño hasta donde está Daniela.

Cuando me subo al escenario, esta vez confío en que Tom tiene los cinco sentidos puestos en su elemento, así como Georg y Gustav.
Sin embargo, no puedo evitar desquiciarme al verme a punto de cantar delante de tres personas que me importan. El verme aquí arriba, con un montón de ojos observándome, hace que quiera vomitar.
Pero creo que me he soltado tan rápido porque Tom se ha posicionado a mi lado; quizás también porque la luz de los focos me impide ver nítidamente a los espectadores...
A pesar de todos esos factores, me siento gigante al verla levantarse de un salto de la silla, aplaudir con todas sus fuerzas, incluso moverse al ritmo de la música, nuestra música.

Plenitud. Sí, definitivamente esa es la palabra que buscaba.

Continuará.

jueves, 2 de mayo de 2013

Capítulo 32


Narra Sam

-Sam, por favor. Acompáñame, tampoco te cuesta tanto...

Daniela tiene los brazos en jarra y está de pie frente a mi cama. Yo estoy tumbada en la cama, dándole la espalda, jugueteando con uno de mis anillos.
Suspiro. No quiero ir, y tampoco quiero darme la vuelta. Aún no me acostumbro a la presencia de Daniela ni a su nuevo aspecto. Se me pone el vello de punta cada vez que pienso en ello.

-Por lo menos podrías no ignorarme.
-No me apetece mucho ir.
-Bueno, pero a Bill y a Tom les gustaría mucho que fuéramos las dos. Nos necesitan.
-Daniela, no tengo ánimos.
-¿Quieres dejar de repetir siempre lo mismo? Llevas días sin salir de esta habitación. ¿No entiendes que Chris va a volver?

No a tiempo, pienso. Daniela quiere que vaya a ver el ensayo del grupo de Bill, Tom, Georg y Gustav para la fiesta de Navidad, una fiesta a la que no tengo pensado asistir. No sin él. Y él no va a estar aquí a tiempo.
Se me llenan los ojos de lágrimas, pero no pienso llorar. Estoy cansada de llorar.
Con cada segundo que paso sin hablar, Daniela se va enfureciendo un poco más.

-¿Por qué eres tan egoísta? Son tus amigos, sabes por lo que Bill está pasando en este sitio, ¿y no vas a ir? No te están pidiendo nada del otro mundo, sólo que estés allí sentada y que les oigas tocar. Que les des el mismo apoyo que ellos te han estado dando a ti desde que ha pasado lo de Chris.
-Diles que lo siento.
-Díselo tú misma.-espeta.

Daniela avanza con fuertes pasos hacia la salida y cierra con un portazo. Silencio profundo.
Sé que tiene razón, de verdad que lo sé. ¿Pero qué más puedo hacer? No quiero que estén cargando con mi cara larga todo el rato.
La fiesta de Navidad. Estaba ansiosa porque llegara y ahora desearía que no se celebrara. ¿Cómo pueden ser tan insensibles? Él sigue en el hospital, y a nadie le importa. Parece que solo me importa a mí.
Me incorporo sobre la cama. Estoy harta de no saber nada de Chris, sólo lo que me llega por parte de Bill y Tom.
Ellos han hablado con él por teléfono, incluso Tom ha ido a visitarle al hospital. ¿Por qué yo no puedo hacerlo? ¿Por mi bien? ¿No saber nada de mi novio durante casi una semana es lo mejor para mí? Y una mierda.
Bajo de la cama, furiosa. Me calzo unos zapatos, me aparto el pelo de la cara y me dirijo con rapidez hacia la puerta. En la habitación de Tom y Bill debe estar el número de teléfono de la habitación de Chris por alguna parte.
Giro el picaporte, abro la puerta y se me congela el cuerpo.
Me topo con ese pelo oscuro, esos ojos azules...

-¿Elliot?-susurro.
-Hola. ¿Puedo pasar?

Por un momento... pensé que era él. Ha sido tal la decepción que incluso he odiado por un instante a Elliot.

-... Claro, supongo.

Me aparto de la puerta para dejar pasar a Elliot, que entra en silencio y sin rozarme siquiera, como una sombra.
Cierro la puerta reprimiendo una mueca de fastidio. A decir verdad, Elliot es la última persona a la que quiero ver en este momento, y más si se propone jorobarme mis planes de robar el número de habitación de Chris y llamarle.
Suspiro antes de darme la vuelta. Elliot se pasea por mi habitación cuidadosamente, incluso observa la foto en la que salgo con Lena y Erik. Qué lejanos me suenan ahora esos nombres. Hace tiempo que no sé nada de ellos, ni se han molestado en llamar... aunque nosotras tampoco hemos hecho mucho para mantener el contacto. Supongo que son cosas que pasan.
Elliot se vuelve hacia mí. Me cruzo de brazos y aparto la mirada mientras me acerco un poco más a él hasta sentarme en el borde de mi cama.

-Perdona el desorden. No me encuentro muy bien.-me disculpo, observando los montones de ropa esparcidos por el suelo.
-No te preocupes, la mia sigue igual.
Se hace el silencio. Elliot sigue de pie, pero yo no le invito a sentarse. No es que me haga especial ilusión estar con él cuando hasta hace poco fue él quien destrozó mi relación con Chris.

-Bueno, ¿qué querías? -espeto.
-Sólo quería verte, hace mucho que no hablamos.
-Teniendo en cuenta que la última vez que hablamos te metiste en mi relación, es normal que no nos veamos muy a menudo.

Elliot se queda sin palabras. En realidad me siento mal por echarle la culpa de mi estupidez y de mi lado influenciable, pero no puedo evitarlo.

-Sam, yo no me he metido en medio de nada. Tú hiciste lo que quisiste hacer, yo no te puse una pistola en la sien para que le dejaras.
-Lo que tú digas, Elliot.-farfullo, irritada.

Elliot resopla con fuerza y se revuelve el pelo.

-No sé qué decirte. Tenía muchas ganas de verte, pero ya veo que no es mutuo.
-Perdona. Estoy muy nerviosa y no sé cómo afrontar las cosas.
-Bueno... también quería preguntarte cómo estás, pero ahora es una pregunta tonta.
-No sé. Supongo que estoy bien. Ahora que sé que Chris está bien, yo también lo estoy.

Elliot abre la boca para decir algo, pero vuelve a cerrarla y se queda en silencio.

-¿Qué? -animo.
-No, nada.
-Dímelo.
-No sé cómo puedes hacer que tu felicidad dependa de su estado.
-¿Y se puede saber por qué? -espeto entre dientes.
-Ya sabes lo que pienso de él y de lo que se supone que siente por ti.
-Mira, si has venido a decir gilipolleces ya puedes salir por la puerta.
-¿Gilipolleces, Sam? ¿Es así como llamas a la realidad?
-Porque sea tu realidad, no significa que sea cierta. Tú no sabes nada, absolutamente nada.-espeto.

Los ojos se me llenan de lágrimas de rabia, pero me prometo que no lloraré, y menos por las estupideces que me está soltando Elliot. Yo sé la verdad. Sé que Chris me quiere tanto como yo a él.

-Sé más que tú. Mucho más que tú.-susurra.

Elliot clava sus ojos azules en los míos. En ocasiones los confundo con los de Chris. Al darme cuenta de que me equivoco, el corazón se me oprime un poco más.

-Tú sólo quieres hacerme daño. No sé qué es lo que te he hecho, pero no merezco esto.-musito.
-¿Que yo te hago daño, Sam? ¿Yo? Daño te va a hacer él cuando le dé un puto infarto y tú no puedas soportarlo.

Silencio.
Soy incapaz de moverme. No dejo de observar a Elliot, que enseguida se arrepiente de lo que ha dicho al ver que las lágrimas no han aguantado más.
La sangre me hierve bajo la piel, y por dentro estoy gritando de rabia y de miedo. Lo peor de todo es que quizás Elliot lleve razón. Pero, sin duda, esas no son las maneras de decirlo.
-Lo siento, no quería decir eso...-comienza.
-Yo creo que te has explicado estupendamente. Lárgate de mi puta habitación.-digo, con tranquilidad. Con demasiada tranquilidad.
-Perdóname, Sam. Lo último que quería era hacerte daño. Es que odio que no quieras escucharme, y me he enfadado. Lo siento, de verdad.
-Pues me lo has hecho. ¿Te puedes ir y dejarme en paz ya?

Señalo la puerta con el dedo índice. Elliot me observa con tristeza.

-Sólo quiero que me escuches...-musita.
-Creo que, hoy por hoy, he oído suficiente.
-Yo no había venido a hablar de esto, Sam. Sólo quería que volviéramos a ser amigos, como antes.
-Sería más fácil si no intentaras hacerme daño cuando se te presenta la ocasión, mucho más fácil.
-Lo siento, ¿vale? Ya te he dicho que estoy fastidiado. No sé qué coño le ves a Chris, eso es todo. No logro comprenderlo.
-Le veo muchas cosas, muchísimas. ¿Por qué no iba a quererle?
-Porque es mala persona. Pero tú aún no te has dado cuenta.
-Es la persona más maravillosa de este mundo. ¿Quieres decirme qué es lo que te pasa con Chris? Si ni siquiera lo conoces, joder.
-Ah, es verdad, que tú lo conoces de hace dos meses y yo de tres años. Todo muy lógico, Sam.
-Está claro que no conoces ni la mitad de él que yo, si no, no pensarías así.

Elliot me clava sus ojos como dos braseros, de tal forma que me dan escalofríos. Se me pone el vello de punta y tengo que apartarle la mirada.

-Tú sí que no sabes nada, Sam. Absolutamente nada. Pero ya veo que no haces ni un mínimo esfuerzo por escucharme; estás tan loca por él que te has quedado ciega.-espeta con acritud. Yo sigo sin dirigirle la mirada.-Pero supongo que el tiempo pone a todo el mundo en su lugar, y te aseguro que Chris encontrará el suyo y te arrastrará a ti con él. Sólo espero que algún día te des cuenta de lo que estás haciendo y dejes de comportarte como una puta cría, de verdad.
-Lárgate ya.
-Me voy ahora, porque no hay nada que hacer. Esperaré a que Chris te pegue la patada o vuelva a hacerte daño para que no te quedes más sola que la una, porque lo hará, Sam. Lo hará.

Cierro los ojos con fuerza, y dos lágrimas vuelven a recorrerme las mejillas. Aprieto los puños, deseosa de abalanzarme sobre Elliot y matarle.

-Yo, en cambio, jamás lo haría, Sam. Yo sí te aprecio por lo que eres, jamás te haría el daño que él te va a hacer. Pero tú no quieres verlo.

Mis hombros se convulsionan. Me seco las lágrimas con el puño del jersey y le pido a Elliot, por favor, que se vaya de mi habitación.

-Piénsalo.

Y, tras eso, sale de mi habitación en silencio. Cuando la puerta se cierra, me encojo sobre mí misma y me echo a llorar con fuerza.
Le echo de menos. Joder, cuánto le echo de menos. Ojalá estuviera aquí y pudiera desmentirme todo lo que ha dicho Elliot, pero no puede. Sólo estoy yo. Con mi inseguridad, con mi odio hacia mí misma.
Ojalá Chris estuviera aquí para partirle la cara a Elliot. Ojalá.
Dos toques en la puerta me sacan de mis deseos. Por un momento temo que es Elliot, que vuelve a hacerme daño. No respondo, sigo respirando con dificultad e incluso hipando por la histeria.
Vuelven a llamar a la puerta, y al ver que no respondo, oigo una voz:

-¿Sam? Sé que estás ahí, te oigo...

Es Jeydon.
Siento una especie de alivio mezclado con confusión e incluso nerviosismo.
Me seco las lágrimas de nuevo y trato de respirar hondo.

-Venga, Sam. No me gusta oír llorar a la gente y menos si yo no puedo hacer nada para impedirlo. Ábreme la puerta.

Dios, tengo que tener una pinta horrible. Me levanto de la cama y voy corriendo al baño para mirarme en el espejo.
Estoy echa un adefesio. Tengo los ojos hinchados y el pelo revuelto.
Jeydon sigue insistiendo para que le abra la puerta:

-Me voy a quedar aquí hasta que me abras, así que tú verás.-amenaza.

Me saca una pequeñísima sonrisa.
Me lavo la cara con agua y vuelvo a pintarme los ojos. Me desenredo el pelo con los dedos y, cuando decido que ya no estoy tan horrible, me dirijo a la puerta.
Respiro hondo antes de girar el picaporte y abrir la puerta. Jeydon, al estar sentado en el suelo con la espalda apoyada en la puerta, cae de espaldas dentro de mi habitación.
Y se me escapa la risa. Me tapo la boca con la mano para no estallar en carcajadas.
Jeydon me mira desde el suelo, muy serio.

-Te parecerá bonito...-espeta.

Y yo no aguanto más y me echo a reír como una descosida.
Él se incorpora con una sonrisa de oreja a oreja. Se levanta y se me queda mirando. Yo voy dejando de reírme paulatinamente, y noto cómo se me encienden las mejillas. ¿Qué me pasa?

-Así me gusta, que te rías.-dice, sonriendo aún.-¿Qué te pasa, Sammy?

Sammy. ¿Sammy? Nunca me habían llamado así.
Jeydon se percata de mi cara rara.

-¿Qué pasa?
-Nada. Nunca me habían llamado Sammy.-musito.
-Pues vaya, qué poca imaginación. Bien por mí, entonces.

Y se aplaude a sí mismo. Vuelvo a sonreír. Es un payaso.
Él me devuelve la sonrisa y acerca una mano. Me coge un moflete y luego me revuelve el pelo.

-¿Estabas de bajón?

Me encojo de hombros. ¿Qué puedo decirle? ¿Que Elliot está intentando separarme de Chris?
Jeydon hace un mohín y abre los brazos.

-Yo también. Dame un abrazo.-dice, haciendo pucheros.

Sonrío y le hago caso.
Jeydon me estrecha en sus brazos con fuerza. Huele genial y es igual de alto que yo.
Al poco rato me separo de él y nos miramos a los ojos. Menudos ojazos.

-Vaya ojos, chica.-silba.

Enrojezco con rapidez. Me aparto de él con suavidad y desvío la mirada.
Su mano recorre mi brazo con cuidado hasta la punta de mis dedos, provocándome un sentimiento extraño.
Entre los dos surge un silencio un poco incómodo y vergonzoso. ¿Qué cojones está pasando?
Jeydon carraspea y se revuelve el pelo con la mano.

-Bueno, había venido a secuestrarte. Se requiere tu presencia en el salón de actos... Bill dice que como no vengas, vendrá hasta aquí y hará que te arrepientas de haber nacido.

Sonrío un poco. Suspiro y trato de controlar mi rubor.

-Bueno, si Bill se dirige hacia mí con ese cariño no puedo resistirme...

Continuará.