domingo, 16 de junio de 2013

Capítulo 34

Narra Tom


-Maldita sea.-farfullo.


No consigo hablar con Cristal de ninguna manera. Llamaría a la habitación de Chris, pero es muy tarde y no quiero despertarle.
Suelto el móvil de golpe, que rebota en el colchón de la cama hasta quedarse inmóvil sobre él. Me froto la cara con las manos y resoplo con fuerza.
Necesito hablar con ella. Se lo dije esta tarde después de todo lo que ha pasado con Bill en el ensayo. Sabía que la llamaría y no entiendo por qué no contesta al móvil.
¿Y si ha pasado algo? ¿Y si Chris está mal otra vez? Joder.


La puerta del baño se abre, y tras ella se eleva una nube de vapor después de la ducha de Bill.
Mi hermano apaga la luz del cuarto de baño y camina por la habitación mientras se seca el pelo con una toalla.
Aún evita mirarme a los ojos. Sin embargo, yo sí le observo. Se ha limpiado el maquillaje de los ojos, aunque tiene una mancha negra cerca del pómulo.
Como si oyera mis pensamientos, la toalla frota esa mancha y cuando la aparta ha desaparecido.
Gotas de agua caen aún de las puntas de su pelo directamente al suelo. Está totalmente distraído mientras se seca el pelo con la toalla, está pensando en algo. Y sé que es algo que quiere decirme.


Aún me da escalofríos pensar en la discusión que tuvimos hace un par de horas en el salón de actos. No pretendía hacerle sentir así, para nada. Como si no tuviera bastante con lo que esos... hijos de puta le están haciendo, sólo le falta pensar que a su propio hermano no le importe nada de lo que le ocurre.
En realidad me dolió que pensara eso. No pude creer que realmente pensara eso sobre mí. Pero, ¿qué culpa tiene él? Le están destrozando la vida. Bill siempre se levanta cuando le hacen la zancadilla, pero tengo miedo de que un día no vuelva a levantarse. De que se rinda, de que tire la toalla y de que le acaben destruyendo.


El corazón se me acelera considerablemente al pensar en ello. La impotencia fluye por mis venas como el veneno, así como el odio, la frustración, el rencor  y, en una parte muy recóndita de mi ser, la culpa.
Aunque trato de convencerme de que todo lo que le está pasando no es culpa mía, hay algo que me dice todo lo contrario. Hay algo que me dice que, aunque Bill me haya suplicado que no lo haga, debería haber llamado a nuestra madre y contarle lo que está pasando. Que Bill está siendo acosado, que le pegan por diversión.
Así al menos podríamos meterles una denuncia con la que nos quedaríamos la mar de a gusto.
Pero Bill se cabreó cuando lo insinué, me prohibió que le dijera una sola palabra a mamá. Aunque ella sabe que Bill quiere dejar el internado, no sabe los motivos reales.
Es por eso por lo que me siento como una escoria, como un cobarde. Por ello me culpo por todo lo que está sufriendo Bill, porque yo no hago nada relevante para evitarlo.


-¿Estás bien?


Bill se sienta en su cama y espera a que yo conteste. Aún así, no me mira a los ojos.


-Sí, ¿por qué?-miento.
-Porque me siento raro. Tengo una sensación extraña y estoy seguro de que es por ti.
-Lo sé. Yo también me siento igual.


Y, por primera vez en toda la noche, me mira a la cara.


-Si es por lo que ha pasado antes...-susurra.
-No le quites importancia, Bill.
-Es que no tiene importancia. Yo sé que todo lo que te dije no es cierto, así que ya está. Perdí los nervios y no supe cómo proyectarlo y lo descargué sobre ti. Lo siento.
-No te disculpes.-murmuro entre dientes.
-¿Por qué no? -respiro hondo antes de soltar la bomba.
-... porque si me dijiste todo eso antes, algún motivo te habré dado.


Bill se queda en silencio unos segundos, mirándome casi sin pestañear. Ahora sí que siento una gran pesadez sobre mi cuerpo.


-¿Qué es lo que has querido decir?-pregunta rápidamente.
-Nada. Da igual.
-No, no da igual. Si es por lo que estoy pensando... olvídalo. Y olvídalo ya, porque no tienes razón. Tú no tienes la culpa de nada, de absolutamente nada.
-Esto podría haber acabado ya, Bill. Y desde hace bastante tiempo. Y tú sigues aquí esperando a que caiga una puta estrella del cielo y a que se olviden de ti; y lo peor de todo es que yo también lo estoy esperando. No estoy haciendo absolutamente nada para ayudarte.
-¿Que no estás haciendo nada? ¿Quién fue el que le metió aquella paliza al primero que me puso la mano encima, así como al segundo, al tercero y al último? ¿Santa Claus? -suelta, con las manos apretadas en puños.
-Como si eso sirviera de algo. Tú sabes a lo que me refiero.
-Tom, no necesito que toda nuestra familia sepa que soy un paria.
-¿Prefieres seguir sufriendo a que tu familia sepa que te están acosando?


Bill se queda en silencio, pero sé la respuesta. Vuelvo a frotarme la cara, que me pica por el calor.
En estos momentos siento ganas de partirle la cara. En serio.


-No tienes por qué aguantar todo esto. No quiero que lo hagas, Bill. Estoy harto y muy cansado. Por favor, por favor... déjame que haga lo que tengo que hacer.
-No.
-Bill, coño. Me siento como un hermano de mierda. Puedo hacer que todo esto termine marcando un número de teléfono. Y se acabará todo: los insultos, las palizas, la rabia, todo.
-No quiero, Tom. Para ya, ¿vale?


Bill se levanta de la cama, se frota el pelo con la toalla por última vez y va hacia el baño pisando con fuerza el suelo. Me siento en el borde de la cama e instantáneamente llevo mis dedos índice y pulgar de mi mano derecha a mis ojos cerrados, reteniendo las lágrimas de impotencia. Pero no voy a llorar, no quiero llorar.
Inspiro y expiro dificultosamente varias veces hasta que deja de temblarme el cuerpo y sólo quedan secuelas de la rabia, como el calor en mis mejillas y la aceleración de mi corazón.


Y necesito a Cristal. Para colmo, la necesito aquí y ahora. Sólo me faltaba pensar en ella para destrozarme.
Cuando Bill pulsa el interruptor del cuarto de baño para apagar las luces, vuelvo a tumbarme de espaldas a él y cierro los ojos, tratando de tranquilizarme.
Bill se acerca a mí lentamente y en silencio. Se sienta en su cama, le evoco clavando su mirada en mi nuca, y sé que quiere hablar conmigo de nuevo. Pero yo he perdido la voz.


-Perdona, ¿vale? Estoy insoportable, de verdad. Pero quiero que sepas que no tiene nada que ver contigo, no te guardo rencor alguno y lo que te he dicho esta tarde no lo siento en realidad, te lo prometo. No pienso que yo te dé igual, de hecho, sé que soy la segunda persona que más te importa...
-La primera.-digo en voz baja.
-Bueno, la primera... y sé que nunca voy a estar solo si estás tú aquí. Así que perdóname, ¿vale?
-No puedo perdonarte que quieras seguir sufriendo y que no me permitas ayudarte.
-Tom, por favor. Sabes que no te pido muchas cosas, pero me encantaría que no lloraras. Por favor.


Me seco las lágrimas con el dorso de la mano y respiro muy hondo.


-Vale, ya está.


Bill se toma unos segundos antes de volver a pronunciar palabra.


-No quiero que te preocupes más por mí. Supongo que es normal que de vez en cuando me dé un bajón... pero luego vuelvo a estar bien.
-¿Supones que es normal? Bill, te están destrozando la vida, los nervios y el autoestima. No sé cómo quieres que no me preocupe por ti. Cada día te veo un poco más enfadado, o más triste, o más desganado... y yo cada día me voy sintiendo igual que tú o peor, porque puedo acabar con todo esto ahora mismo. Puedo llamar a mamá, contarle lo que ocurre, recoger nuestras cosas y pirarnos de este sitio de una puta vez. Es que...
-Tom, yo no quiero irme.
-¿Qué?


Bill desvía la mirada al suelo de la habitación. El pelo, aún húmedo, le tapa el rostro. Tiene las rodillas pegadas a su pecho y, luego, apoya la frente en ellas.


-¿Cómo que no quieres irte? Si hasta hace unas semanas me dijiste que querías largarte de aquí...
-Ha pasado algo.
-¿El qué? ¿Qué coño es más importante que tu salud mental, Bill?
-Mi salud mental está perfectamente. Lo único que me importa ahora mismo es recomponer la salud mental de otra persona.
-¿Qué es lo que quieres decirme?


Silencio de nuevo.


-Sé que me ocultas algo. Lo llevo sintiendo bastante tiempo, y estaba esperando a que me lo contaras. Así que desembucha, por favor.
-Creo que me estoy enamorando.


Mi voz vuelve a irse por donde ha venido. Bill alza la mirada por fin y clava sus ojos en los míos.


-Di algo, por favor.-pide.
-¿Cómo? ¿De quién?


Bill suspira largamente, dándome la sensación de que ni él mismo lo sabe.
Igualmente, sólo puedo fijarme en las lágrimas que empiezan a enrojecer sus ojos.


-... de la anorexia...
-¿Qué coño dices, Bill?


Pero en seguida me arrepiento de haber soltado eso por mi boca.
Bill se seca las lágrimas con la mano y aprieta los labios en una fina línea. Yo suspiro, me levanto de mi cama y me siento en la suya, cerca de él.
Me encorvo, apoyo los codos sobre las rodillas y entrelazo los dedos de mis manos. Evito mirarle a la cara, pero me acerco tanto a él que pego mi cuerpo al suyo.


-Por favor, cuéntamelo. Quiero escucharlo.
-La anorexia me ha mostrado una cara que nunca antes había visto. Y es algo que me ha enamorado por completo. Es muy extraño, no sé ni lo que estoy diciendo.-susurra, sorbiendo por la nariz.
-Yo sí. Sigue.
-Me he enamorado de las consecuencias y de los cambios a causa de la anorexia, pero me surge un problema.
-¿Cuál?
-No sé si está bien que me haya enamorado de eso y no de la persona.
-Explícate mejor...


Bill toma aire por la boca y se frota la cara con las manos como, hasta hace unos minutos antes, había hecho yo.

-Sí que tenías razón con respecto a lo de que te estaba ocultando algo, pero no lo sabía nadie más... excepto Sam, que lo sabe desde hace relativamente poco...
-Bill, escúpelo ya.
-Daniela tiene anorexia. Y creo que me estoy enamorando de ella... no de la Daniela de antes, sino de la que padece anorexia. Y me estoy preocupando mucho, porque no sé si está bien.
-Por eso... está tan rara, ¿no?
-Y tan delgada, y tan vulnerable, y tan pálida... sí, por eso... y yo no sé qué hacer...
-¿No crees que te estás enamorando de ella porque también lo está pasando mal?
-Sí. Absolutamente, esa es una de las cosas por las que me siento tan... atado.


Me cubro la cara con las manos mientras mi cabeza da vueltas a cien kilómetros por hora. No, en absoluto. Esto no está bien. Bill ya tiene suficiente con tirar para adelante con el acoso escolar como para ahora tener que llevar a cuestas una enfermedad como esa, por la que mueren muchas personas cada año.


-Y me cuesta admitir lo que siento, porque realmente no quiero sentirlo. Sé que es muy probable que Daniela nunca lo supere, que tenga que estar en el hospital día sí y día también... pero, sin duda, la peor parte es reconocer que me he enamorado de lo que esa cosa le ha hecho a Daniela. Es una persona totalmente distinta, Tom. Es dulce, comprensiva, noble... pero puede acabar con ella. Puede morirse, y no sé cómo afrontarlo, no sé cómo vivir con esas probabilidades.
-Bill... estoy seguro de que sabes lo que estoy pensando. A mí me gustaría que no siguieras con esto, que no volvieras a verla, pero...
-Pero no puedo, Tom. No puedo abandonarla, ella confía en mí y yo en ella. Y la quiero. La quiero... y para mí dejarla no es ninguna opción.


Le agarro del brazo y tiro de él hasta conseguir abrazarle.
Nos abrazamos tan fuerte que incluso logramos cortarnos la respiración, llenándome los ojos de lágrimas y ensanchándome una pequeña sonrisa.


-Eres un puto héroe, Bill. Uno de los grandes.


Le aparto de mí y huyo al baño antes de echarme a llorar.
Y paso allí casi una hora entera, librándome de toda la pesadez con la que llevo cargando todos estos meses, llorando como un crío de tres años.
Cuando se me acaban las lágrimas, dos toques en la puerta hacen que piense en Bill, que habrá estado todo el rato oyéndome y sin atreverse a entrar.
Giro el picaporte de la puerta y la abro. El corazón se me cae a los pies al verla allí de pie, toda empapada por la tormenta de fuera, helada hasta los huesos, pero con una enorme sonrisa en la cara.
Ella me rodea el cuello con los brazos y yo la levanto del suelo, haciendo que rodee sus piernas en mi cintura y me empapen de arriba a abajo.
Mis manos no paran quietas. Tengo que recordar como es el tacto de su piel, lo cálida y lo suave que es, y cuanto antes.
La tiendo en la cama suavemente conmigo encima, y sin dejar de lado los besos y las caricias, así como el comienzo de las respiraciones agitadas,  consigo quitarle la pesada sudadera de encima.


Ella pasa sus manos por mi espalda y por el pecho con fuerza para sentir mi piel, como si hiciera el amago de introducirse dentro de mi cuerpo, dejándome marcas y contrayéndome el estómago deliciosamente.
Ella suelta algunas carcajadas cuando me enzarzo en una pelea con su falda, pero en pocos minutos los dos estamos piel contra piel, con el corazón a mil y con la respiración tan agitada que apenas podemos tragar saliva sin esfuerzo.
La sensación de ver desnudo a un ser tan perfecto como lo es Cristal realmente corta la respiración, así como tenerla delante, desnuda, solo para ti. Nadie más la ve así, solo tú. Y te sientes feliz. Tan feliz que eres incapaz de hablar. No puedes hacer más que mirarla antes de fundirte en otro beso más, el que posiblemente te lleve al límite de tu propio razonamiento.
Cuando ya estás listo y te ves capaz de respirar de nuevo, coges aire, tanto aire que te haces daño. La poca luz que da mi lámpara de mesilla, me hace posible mirarla a la cara antes y durante entro en ella.
Ella te mira, y tú observas como entreabre los labios dejando escapar el primer suspiro de muchos.
Y luego tus manos. Tus manos deslizándose por su cintura, esa cintura que a más de uno le gustaría tocar y tener, y que a más de uno le volvería loco.
Después están sus piernas. Tan suaves, tan... perfectas. Como toda ella. Y es cuando me doy cuenta de que no la echaba de menos. Sino que, realmente, me moría sin ella.
Y sus manos. Sus manos agarrándose a tu espalda, a tu cuello. A donde sea. Y su voz... su voz.
Esa voz tan suave y tan dulce que tiene, que se vuelve más suave y más dulce cuando gime.
Y tú, simplemente puedes pensar en lo mucho que la amas. En que no cambiarías este momento ni por todo el dinero del mundo, en que renunciarías a cualquier cosa con tal de que ella permaneciera a tu lado.
Simplemente eres feliz. Sabes que ella es tuya. No es de nadie más. Solo tuya. Y te sientes importante. Tan importante que irías gritándolo por ahí.
Y es entonces cuando sabes que realmente darías tu vida por ella. Darías tu propia vida por solo rozar su cuerpo con el tuyo una vez más. Solo una.
'Te amo', le dices en un susurro agitado. Y cuando ella te contesta que ella también, sonríes. Aunque sea por dentro, pero tú sonríes. Y solo puedes repetirte 'me quiere...'
Ella, Cristal, es simplemente... ella. Tan especial, tan increíble y tan única que te sientes pequeño a su lado.
Y después está el momento en el que te tumbas a su lado y observas su perfil, sus labios aún entreabiertos y su pecho bajando y subiendo con rapidez mientras tú intentas recomponerte.
Ella se abraza a ti. Y suspira. Y luego te confiesa que te quiere.
Y tú no te mueves del sitio hasta que ella se queda dormida. Le acaricias la cara con los dedos y luego te levantas de la cama sin hacer ruido para ir al baño. Y cuando vuelves, te alegras al ver que ella sigue ahí, que no se ha ido, que está bien.
Como en un sueño vuelves a su lado, te tumbas junto a ella y te quedas mirándola. Y piensas que podrías pasarte toda la vida así. Y que realmente lo harías.
Y sigues pensando en ello cuando duermes.
Piensas qué harías sin ella, y realmente... no quieres ni imaginártelo.

Continuará.