jueves, 27 de diciembre de 2012

Capítulo 26

Narra Daniela



-¿Daniela Carter?

La voz del profesor de Química me saca de mi trance. Doy un leve respingo, me incorporo en la silla y, con manos sudorosas, alzo el brazo y me encojo sobre mí misma, como si pudiera esconderme.

-Presente.-contesta por mí una voz rota que no logro reconocer.

El profesor ha tenido que recorrer toda la estancia con la mirada para asegurarse de que estoy aquí.
Cuando me ve, me apresuro a bajar el brazo y a volver a mi anterior posición.  
Mientras sigue pasando lista, clavo la mirada en mi cuaderno de Química, incompleto. Descuidado, con borrones en la tinta ya escrita por el sudor de mis manos.
Ni siquiera me he esforzado en intentar hacer los deberes que mandó el otro día... supongo que debo agradecer que ya haya acabado el trimestre y que las haya aprobado todas. Pero me aterra volver a casa. Con ella.

-¿Samantha Carter?
-Presente.

Su voz. Había olvidado como suena su voz tras semanas sin dirigirnos la palabra. Hace mucho tiempo que no la oigo tan de cerca, y eso que está sentada al final de clase con Chris. Estoy sola hasta en el pupitre... y eso que antes todos peleaban por sentarse a mi lado...
Y vuelve mi complejo de inferioridad. Vuelven las lágrimas, el dolor, el sentimiento de abandono... el rugir de mi estómago.

-Bueno, como sabéis, las clases han acabado oficialmente. La semana que viene comienzan las vacaciones de Navidad.-recuerda el profesor.

Toda la clase se alza en vitoreos y murmullos de alegría, comparten sonrisas y palabras de ilusión. Todos menos yo. Yo me dedico a torturarme mirando por el rabillo del ojo a Sam, con él. Con ella. Hasta me duele que Cristal la prefiera a ella antes que a mí.
Mi estómago, enfadado, vuelve a rugir. Espero que nadie más pueda oírlo.
Mi mano se incrusta mecánicamente sobre mi tripa y, temblorosa, trato de apoyarme discretamente sobre la mesa, intentando descansar mi cuerpo.

-Silencio, por favor.-pide el profesor poniendo los ojos en blanco.-Los alumnos veteranos de este centro ya saben que, por estas fechas, organizamos una fiesta de Navidad...

Murmullos más audibles se alzan en la clase, emocionados.
Respiro hondo y trato de introducirme en la información que nos quiere dar el profesor para dejar de pensar que estoy hambrienta, congelada y terriblemente cansada.
El profesor explica que la fiesta de Navidad suelen organizarla todos los alumnos del centro. Se hace una reunión sobre ese tema y todos se reparten el trabajo: algunos se ocupan de la decoración, otros de la música, de la organización del comedor y de los menús... todo ello por grupos de unas siete personas. En tales grupos se pueden incluir alumnos de distintos grados, no de uno sólo.
Tras eso, da un folio a un primer grupo para que apunten los nombres de los componentes y el curso. Todos empiezan a formar grupos... todos menos yo, otra vez.
Suspiro pesadamente con lágrimas en los ojos. Por si no fuera suficiente ser la marginada de la clase, me muero de hambre. Creo que aún tengo un par de chocolatinas en el cajón de mi armario...
Mi estómago ruge, extasiado, tan violentamente que dos chicas del pupitre de al lado me miran, con los ojos muy abiertos y burlones. Aprieto los dientes y me abrazo con fuerza, con las mejillas al rojo vivo y muerta de asco y vergüenza.
Joder.
Llevo mis brazos a mi regazo, abrazándome el tronco con fuerza... intentando asfixiar, dejar inconsciente o algo parecido a mi estómago para que deje de ponerme en evidencia.
Dos oscuras y amargas lágrimas consiguen escapar de entre mis pestañas, pero antes de que pudieran llegar a la altura de mi boca las seco furiosamente con el puño de mi jersey.
¿Estará sirviendo esto de algo? ¿He bajado de peso? ¿Estoy más guapa? ¿Se habrá fijado alguien en mí? … ¿Me parezco más a Sam?
Vuelvo a atreverme a mirarla por el rabillo del ojo, pero, como de costumbre, ella ni se fija en mí. Está demasiado ocupada prestándole atención a su novio y a su amiga, que me han desbancado de su vida.
Paso mi mano derecha por mi tripa y la tanteo.
Joder. Joder. Joder.
Los ojos me escuecen, los labios se me crispan en una mueca tan dolorosa que casi no consigo reprimir un sollozo.
Sigue ahí. Mi obesidad sigue ahí, no se ha ido. Mi asquerosa grasa sigue incrustada en mi cuerpo... y yo tengo hambre.
“Gorda asquerosa. Das asco.” -escupe mi subconsciente.
Mi cuerpo se congela y grita. Tiemblo violentamente, poniendo a prueba lo que me queda de cordura conteniéndome para no echar a correr a mi habitación y coger esas dos tentadoras y deliciosas chocolatinas que acabarán con mi vida.
Mis ojos se desvían rápidamente a la botella de agua que descansa sobre mi pupitre. Con un movimiento rápido la agarro con la mano derecha, con la izquierda le arrebato el tapón y, sin perder un segundo, llevo la boquilla a mis labios. El agua corre salvaje y helada por mi garganta. Puedo sentir como se estrella en mi estómago vacío. Y siento un alivio repentino. Parece que el hambre ha amainado un poco, pero no sé por cuánto tiempo.
Tengo que comprar más botellas de agua en el comedor, sólo me quedan dos. Necesito varias más... me quita el hambre.
Y alguna pastilla para dormir. Pero eso es más difícil... aquí no te dan medicamentos sin el consentimiento de tus padres. Ya encontraré la manera de conseguirlas. Puede que alguien tenga alguna... Sólo necesito dormir.
Llevo casi dos semanas sin dormir por las noches... porque tengo hambre. Y cuando consigo dormir, sueño con comida. Sueño que me atiborro a platos y a postres enormes y deliciosos, que disfruto, que el color vuelve a mis mejillas... que engordo. Entonces me despierto y ya no puedo volver a cerrar los ojos. Un escalofrío me recorre la espina dorsal al recordar los sueños. Un escalofrío tentador... incluso placentero. Me horrorizo.
Cuando estoy a punto de derramar un par de discretas lágrimas, el arrastre de la silla vacía de mi pupitre me sobresalta.
No me atrevo a mirar quién se ha dignado a acompañarme hasta que pasan un par de segundos.
Y ahí está ella. Clavándome sus fríos e insultantes ojos, avasallándome con su sonrisita de suficiencia. Y siento que le odio.

-Hola.

No le devuelvo el saludo. Desvío la vista hacia mi emborronado cuaderno, con un leve temblor de manos y el corazón a mil por hora.
Cristal se acomoda en la silla y continúa mirándome. Sus ojos me queman.
Ella no dice nada más, pero no se va.

-¿Qué es lo que quieres? -musito.
-Su alteza real se ha dignado a dirigirme la palabra... ¿debo sentirme privilegiada?

Y siento que realmente le odio. Que deseo borrarle esa sonrisita de una patada, darle tal paliza que logre desfigurarle la cara... deseo salirme de mi cuerpo y entrar en el suyo, atormentarla tanto como ella está haciendo conmigo.
Pero en vez de eso, me quedo sin voz. No tengo nada que contestarle.

-¿Te ha comido la lengua el gato, Daniela?
-Déjame en paz...
-Tranquila, no perderé mucho el tiempo contigo.-chasquea la lengua y desliza un folio lleno de nombres por la mesa hasta que choca con mi codo.-Sólo venía a darte esto.

Mis ojos viajan por el folio que me ha dado. Veo varios nombres conocidos, de mi clase, y muchos desconocidos. Me topo con el nombre de mi hermana, de Chris, de Cristal, de Tom, un tal Jeydon, Georg, Gustav... y con el de él.
Como en una diapositiva, sus ojos vienen a mi memoria. Me estremezco.
Temblorosa, mi mano desliza el folio hasta donde se encuentra Cristal.

-No necesito vuestra caridad. Muchas gracias.-susurro.
-¿Caridad, Daniela? -espeta, burlándose de mí.-Esto no es caridad. Es un evento benéfico. Deberías agradecerle a Sam que...
-Sam se puede ir al infierno, y tú con ella.-farfullo, con los ojos llenos de lágrimas.

Cristal se queda unos segundos procesando lo que acaba de ocurrir. Su mano se estampa contra el folio y contra la mesa, haciendo tanto ruido que varias miradas curiosas se interesan por nosotras.
No le miro a los ojos, hago como que no me ha impactado su furia, pero he dejado de respirar.

-Vete a la mierda y púdrete en ella, Daniela.-escupe con el tono más desagradable que puede utilizar.

Cristal se levanta de la silla y la empuja haciendo mucho ruido, atrayendo la atención de toda la clase de nuevo.
Me atrevo a observarla alejándose de mí sólo cuando estoy completamente segura de que está de espaldas a mí. Camina firme sobre el suelo, formando un leve revuelo con su falda de uniforme. No recuerdo cuándo fue la última vez que me atreví a andar de esa manera.
Cuando llega al pupitre de Sam y Chris, estampa el folio de nuevo contra la mesa, asustándolos. Empieza a gesticular con la boca y las manos, hablando muy rápido y muy alto. Consigo entender palabras sueltas como “asquerosa”, “prepotente” y “estúpida”. Todos dirigidos hacia mí.
Entonces, los ojos de Sam se desvían hacia donde estoy yo. Se me corta la respiración. Él también se vuelve para mirarme; Cristal acaba haciéndolo también. Las tres personas que más daño me han hecho ahora me miran como si no entendieran nada.
Me hacen flotar sobre un abismo infinito, ya ni siquiera siento que haya una silla sosteniendo mi descomunal peso.
El corazón se me acelera violentamente cuando veo que Sam se levanta de su asiento y se dispone a venir hacia mí.
Por un instante pienso en levantarme de la silla, correr hacia ella, tirarme a sus brazos y refugiarme en ellos, como hacíamos de niñas. Pero no puedo hacerlo. Mi orgullo y mi inferioridad me golpean la cara antes de que pueda hacer lo que realmente quiero.
Con los ojos llenos de lágrimas, antes de que Sam logre llegar hasta donde estoy yo, me levanto de golpe de la silla y la esquivo. Ella consigue agarrarme de la muñeca izquierda y me retiene unos segundos en los que vuelvo a pensar qué debo hacer. Y de pronto lo sé.
Me suelto con fuerza de su agarre y le empujo hacia atrás, con fuerza, con odio y con furia. Veo que acaba estrellándose de espaldas con el pupitre que tenía tras ella.
Sam me mira con los ojos muy abiertos y húmedos hasta que Chris llega hasta ella. Él me mira con la más rastrera de sus miradas y abraza a Sam con fuerza.
Mis lágrimas no aguantan más y acaban cayendo de mis pestañas.
Para más inri, recibo un empujón por la espalda. Me doy la vuelta mecánicamente, aunque deseo no haberlo hecho cuando Cristal se agranda ante mí.

-Ni se te ocurra ponerle una mano encima a Sam, envidiosa de mierda.

Sus palabras me abofetean la cara. La aparto de mi camino y echo a correr fuera de clase, con la mirada de todos los alumnos en mi nuca, sin ni siquiera molestarme en recoger mis cosas.
Echo a correr por los pasillos, con la cara tirante por las lágrimas, las manos y los pies helados y con las rodillas flaqueándome, advirtiéndome que no resistirán mucho más.
El timbre de cambio de clase suena. Y, no sé cómo, echo a correr aún más rápido hasta mi guarida secreta.
Cuando la puerta rosa del baño de chicas se alza ante mí, siento una liberación aplastante.
Empujo la puerta y entro. Hay algunas chicas esparcidas delante de los espejos. Se vuelven un momento y me observan. Algunas con una sonrisita, otras sorprendidas y algunas incluso con preocupación. Entro en un baño aleatorio y me encierro en él. Apoyo la espalda contra la puerta y cierro los ojos, respirando muy hondo. Y me quedo así durante unos diez minutos aproximadamente, cuando ya no oigo nada en los baños y sé que todos han vuelto a clase.
Un primer sollozo rompe el silencio, seguido de varios más. Llevo las manos a mi cara y me deslizo hasta llegar a sentarme en el suelo, como tantas otras veces.
Y allí me abandono. Intento expulsar mi dolor, mi angustia, mi miedo, mi frío, mi hambre, mi cansancio... mi vacío.
Mi estómago vuelve a llamarme la atención. Aprieto los dientes, que castañean por el frío que siento. Estoy tiritando.
Me encojo sobre mí misma y apoyo la cabeza sobre las rodillas, protegiéndome, tratando de calmar el frío con mis helados brazos y manos.
Pienso en Sam, en cómo la he rechazado y me siento fatal, porque no es lo que quería ni mucho menos. Pero no puedo soportar que sea tan feliz a mi costa mientras yo estoy aquí más sola que la una, abandonada y despreciada como si fuera algo asqueroso.
Lo peor es que quizás sí que lo soy. Soy tan horrible que nadie me quiere a su lado; estoy tan gorda que nadie quiere que le vean conmigo.
La rabia me surca medio cuerpo y acaba en mi puño derecho, que estrello contra la pared endeble del baño. Y me hago daño, pero no puedo parar.
Dos golpes con los nudillos en mi puerta me sobresaltan.

-Eres tú... ¿verdad? -preguntan al otro lado de la puerta.

Y es su voz. Sus ojos vuelven a venirme a la memoria. Asiento con la cabeza aunque sé que él no puede verlo.

-Déjame entrar, por favor.

Niego con la cabeza, convulsionándome en sollozos, aunque lo que quiero sea justo lo contrario.

-Daniela, por favor. No me hagas esto otra vez.

Sigo sollozando dentro de ese baño, deseando con todas mis fuerzas abrir la puerta y poder verle la cara. Que me sonría, me abrace... me quiera.
Pero me siento muy débil. Soy débil.

-Necesito verte.

¿De verdad?, quiero preguntarle. Pero no me sale la voz.

-No me hagas saltar la puerta, por favor. Tengo que maniobrar mucho y mi coordinación mano-ojo no es demasiado buena.

Y me arranca una sonrisa llena de lágrimas.

-Eso hace muy tentador no abrirte la puerta... -susurro.
-Será gracioso hasta que me caiga y me desangre. No corramos el riesgo.

Sorbo por la nariz y me levanto del suelo. Coloco bien mi falda y pongo mi pelo en su sitio, me limpio las lágrimas y respiro hondo.
Agarro el pomo de la puerta con la mano y la abro.
Y ahí está, cruzado de brazos y mirándome directamente a los ojos. Sus ojos reales se funden con la diapositiva que tenía guardada en la cabeza. Me estremezco.
Me tiende una mano. Observo sus dedos, finos y largos, sus uñas teñidas de negro. Y no dudo esta vez en dársela.
El calor de su mano contrasta con la humedad y la frialdad de la mía, haciéndome sentir un poco mejor.
Me saca fuera del baño y paramos frente a los lavabos. Reconozco el carrito de limpieza que lo acompañó la primera vez que me sacó de este sitio.
Bill me observa de arriba a abajo, sin dejarse una parte de mi ser sin revisar. Me ruborizo y aparto la mirada.

-¿Qué te ha pasado?

Me encojo de hombros. Él suspira y me mira a la cara.

-¿Has comido algo?

Comida. Mi estómago. Rugido embarazoso.
Pero Bill no sonríe.

-Me prometiste que ibas a comer.-me encojo de hombros.-Daniela, joder.
-No tengo hambre.
-Dann. Sabes que me duele y me fastidia que me mientas. Para.

Nos quedamos en silencio. Bill no deja de observarme, apoyado en uno de los lavabos.
Me atrevo a mirarlo de una vez, aunque me ruborizo. Me encanta su pelo. Y su mandíbula. Y su boca. Y sus manos... Y sus ojos...
Recuerdo cómo lo rechacé, lo que pensaba de él por ser como es. Y me odio por ello, porque no hay persona más maravillosa que él. Exterior e interiormente.

-Te he echado de menos... -susurro, quebrándoseme la voz.

Los ojos de él se abren un poco más y tuerce una pequeñísima sonrisa.

-Yo también, Dani.

Dos lagrimones terminan de verificar lo que acabo de decir. A Bill se le desvanece la sonrisa, y vuelvo a odiarme por haberla fastidiado.

-Ven aquí.-musita, agarrándome las manos y juntándome con él.

Envuelvo su delgado torso con mis brazos y me derrumbo sobre él. Me dejo vencer por la añoranza de su dulce olor, de sus caricias en mi pelo, de cómo me mece mientras me abraza.
El calor de su cuerpo llega hasta el mío, haciéndome tener una temperatura normal y estremecerme de alivio. Y ya no siento nada más que tranquilidad, algo de alegría incluso. Ya no pienso en Sam. Bill se ha introducido dentro de todos mis sentidos. Me siento completa.

-No me dejes nunca.-le suplico, mojando su camiseta con mis lágrimas.
-No lo haré.
-Por favor, no me dejes.-sollozo.
-Nunca.-me promete, con la voz un poco ronca.

Me echo a llorar sobre su pecho, escuchando los latidos de su acelerado corazón, y él aguanta cada una de mis lágrimas.

-Por favor... -suplico de nuevo, desesperada.-No me dejes nunca. No me abandones. Te necesito...
-Nunca te dejaré, Daniela. Te lo juro. Estaré siempre aquí para tí. Yo también te necesito.
-No dejes que esto nos gane, Bill. Por favor, no me dejes. No puedo hacerlo sola.
-No estarás sola.

Subo mis brazos hasta rodearle el cuello con ellos y me alzo de puntillas. Hundo la cabeza en el hueco de su cuello y trato de calmarme impregnándome de su olor.
Bill desliza sus brazos a la altura de mi cintura y me alza sobre el suelo, quedando a la altura de sus ojos. También están llenos de lágrimas.

-Esto no nos va a ganar. No va a poder con lo nuestro. Nunca te voy a abandonar, Daniela. No me abandones tú a mí tampoco.


Niego repetidas veces con la cabeza, intentando retener los sollozos una vez más.
Me baja al suelo y me agarra la cara con ambas manos. Con sus pulgares seca mis lágrimas más recientes y me mira a los ojos.
Se acerca a mí y me besa en los labios. Una oleada de calidez, acompañada de un escalofrío, me recorre de arriba a abajo.
Cuando se separa de mí me vuelve a abrazar.

-Te quiero, Daniela. Y siempre te querré.-susurra, y yo cierro los ojos.-Necesito que tú también me quieras.
-Y te quiero.
-Demuéstramelo. Lucha contra lo que tienes dentro. Yo te ayudaré.
-Es imposible, es demasiado fuerte.
-No, no lo es. No más que tú y yo.

Y quiero creerle.

-No podrá con nosotros.-promete.

Continuará.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

¡Hola a todos! Sé que llevo un tiempo sin subir, pero estoy un poco liada con los trabajos de la Universidad y tal. Estoy reescribiendo el siguiente capítulo, espero poder subirlo esta tarde o como muy tarde mañana. Siento haber estado "desaparecida". Un besito :-)


martes, 27 de noviembre de 2012

Capítulo 25

Narra Bill

Daniela. Daniela. Daniela. Daniela. Daniela. Daniela.
Daniela en sus labios, en sus ojos. En los míos. Y quiero repetir su nombre, pero no me atrevo.
Le envuelve algo tan especial y terrorífico que no sé cómo actuar. No puedo moverme, tengo miedo de dar un paso en falso y hacer el ridículo.
Ella sigue ahí de pie, apoyada en el lavabo. Ya no me observa, ahora está con la vista clavada en el suelo del baño. Su precioso pelo le cae por los hombros, escondiéndole el rostro.
Ya la había visto antes. Sé que es la melliza de Sam, pero no sabía su nombre. Y creo que habría sido mejor que no lo hubiera sabido, pues su nombre le hace más hermosa de lo que es. Es un nombre tan distinto, conciso, atrevido y fuerte que parece envolverte en una tela vaporosa cada vez que lo pronuncias.
La garganta se me ha secado durante estos minutos, y tengo miedo de hablar por si se me corta la voz y me sale un gallo... me ha pasado a veces, me está cambiando la voz y es muy vergonzoso. Sobre todo si me sale delante de ella.
Daniela no parece por la labor de irse del baño y dejarme tranquilo con sus recuerdos, por lo que decido hablarle mientras estamos juntos.

-Yo me llamo Bill.-Idiota, ya lo habías dicho.

Ella no dice nada, tampoco me mira, dándome la oportunidad de revisarla varias veces más de arriba a abajo, pareciéndome cada vez más perfecta.
Sin embargo, siento que algo no va bien. Lo noto en su silencio, en sus manos temblorosas... por no hablar de los llantos de antes, cuando estaba encerrada en el baño.

-Oye... ¿estás bien?

Silencio de nuevo, pero peor.
Lleva su mano derecha a su mejilla, frotándosela. Creo que está llorando otra vez.
Tengo ganas de ir hacia ella y abrazarla para absorber todo su dolor, pero es demasiado precipitado. Siempre me pasa lo mismo, no sé por qué soy tan blandengue y sentimental... ni siquiera he tenido una conversación normal con ella.
Pero es que es tan... adorable... una chica así no debería estar llorando.
¿Es que Sam y ella aún no han arreglado las cosas? Lo digo porque yo estuve presente cuando Daniela le dijo que la odiaba.
¿Es por eso por lo que está tan mal?

-Oye... ¿puedo ayudarte en algo...? -susurro, muerto de vergüenza.
-No quiero tu ayuda.-espeta.
-Parece que estás mal.
-No se te escapa ni una...-farfulla, dándome la espalda.

Y me ruborizo. Bill, si pretendes llegar a alguna parte con esta chica vas muy desencaminado. Pareces idiota. IDIOTA.
¿Y yo qué estoy diciendo?
Como si alguien así pudiera fijarse en mí...

-Me gustaría poder ayudarte. O por lo menos que dejases de llorar...-musito.
-¿Es que te molesto?
-¿Qué? No, claro que no.-digo, horrorizado por haberla ofendido.-No me molestas...  Sólo quiero ayudarte.
-¿Es que no me escuchas cuando te hablo? -dice, como minutos antes había dicho yo.-No necesito tu ayuda. No me sirves.
-¿Por qué?
-Porque no. No quiero ni necesito nada que provenga de tí. No te conozco ni quiero conocerte.
-¿Y se puede saber por qué?
-Como tú mismo has dicho antes, no eres más que un marginado social, rarito y el mártir del internado. No necesito a alguien que me arrastre con él a su miseria.

Como si me hubieran aplastado el pecho, me duele.
Ya olvidaba que tiene piel de cordero y lengua de serpiente.
Pero es extraño. Me duele más por el hecho de que ha sido ella quien me ha atacado.
Supongo que esperaba demasiado de su nombre.

-Vaya.-musito.-¿Gracias?
-De nada.-suelta, intentando hacerse la graciosa.
-Tu personalidad no le hace justicia a tu nombre ni a tu apariencia. No esperaba que fueras como ellos -digo, refiriéndome a todos aquellos que me odian y me insultan.- pero veo que te he sobreestimado.
-Yo no soy como nadie.
-Tienes razón. Quizás eres incluso peor.

Me doy la vuelta y entro en el primer baño para esconder la sombra de desprecio que se cierne sobre mí. Para ocultar mi daño.

-¿Qué has querido decir con eso?

Me vuelvo un poco y la encuentro frente a mí. Pero no me mira a los ojos.

-¿Qué he querido decir con qué?
-Con lo de que soy peor que ellos.
-¿No es evidente?
-No, no lo es. Tú no me conoces para decir eso.
-Oh, perdóname. Es que tú a mí sí que me conoces para decirme lo que me has dicho, ¿no es así?
-Lo que tú digas.
-Se suele decir “lo siento”, cuando alguien se equivoca.-explico.
-No he oído ni un lo siento por tu parte.
-Es que no te he insultado. No te he dicho nada malo. Eres tú la que me ha atacado sin razón alguna, por eso te digo que eres como ellos o peor.
-¿Peor por qué?
-Te he dicho que eres incluso peor que ellos en el sentido de que me has atacado cuando hasta hace dos minutos yo he intentado ayudarte y me he preocupado por tí.

Daniela no mueve ni un músculo.

-Tú sí que no me conoces a mí, Daniela. No eres nadie para llamarme raro por mi forma de vestir o porque me maquillo los ojos. No sabes cómo soy o lo que he pasado por ser como soy. Tampoco eres nadie para llamarme marginado social, porque tú estás más sola que yo. No sabes cómo me trata todo el mundo por mi exterior, no sabes lo que he aguantado, aguanto y aguantaré. No conoces mi dolor, mi angustia, mi miedo ni mi culpabilidad.
Estoy harto de que gente como tú me utilice para empequeñecer vuestro dolor. Y lo peor es que me ha molestado más que me lo hayas dicho tú. Tenía razón, te he sobreestimado.

Daniela sigue sin mirarme a los ojos.
Salgo del baño, dejo el estropajo en el carrito y me quito los guantes de látex.
Me apoyo en la pared sin dejar de mirarla.
Algo ha cambiado en ella, pero no me he dado cuenta hasta ahora.

-¿Estás así por Sam? -pregunto.

Ella me mira a los ojos de repente. Parece furiosa. Creo que he tocado hueso.
Me cruzo de brazos. Ella acaba por apartarme la mirada. Eso también me parece raro en ella.

-Sois hermanas, deberíais arreglar vuestras diferencias.
-Yo no tengo ninguna hermana.-farfulla entre dientes.
-¿Por qué dices eso? -digo, horrorizado.

Como era de esperar, no me contesta.
Suspiro fuertemente, desesperado. Quiero que hable o que se vaya de una vez.

-¿Piensas que Sam es guapa? -susurra.
-...¿A qué viene eso...? -pregunto, atónito.
-Responde.
-Claro que es guapa. ¿Por qué no iba a serlo?
-No te he preguntado si lo es, te he preguntado que si lo piensas.
-Sí, pienso que es muy guapa. ¿Puedes decirme ahora a qué ha venido eso?
-¿Te gusta su cuerpo?

Daniela me está empezando a poner nervioso. ¿Pero a qué viene preguntarme por el físico de su hermana? ¿A qué está jugando?

-¿Crees que tiene un cuerpo bonito? -insiste.
-Daniela, me estás haciendo sentir incómodo. No tengo por qué contestar a esto.
-Es sólo una pregunta...-susurra.
-Sí, una pregunta fuera de contexto, rara y que no tengo por qué contestar.-ella no dice nada.-¿Por qué no me miras cuando te hablo?

Entonces, por primera vez desde que salió del baño, me mira a los ojos.
Sus ojos claros se incrustan en los míos como dos braseros. Trago saliva. Había olvidado lo preciosa que es.
Me ha cortado la voz. Pero no es por su físico, es por sus ojos. Hay algo raro.
-¿Qué... te pasa, Daniela? ¿Por qué estás así? -me atrevo a preguntar.

Sus ojos se llenan de lágrimas y tuerce sus labios en una mueca, intentando no echarse a llorar.
Mis ojos también parecen tornarse húmedos, pero logro imponerme a mí mismo. Procuro no mover ni un músculo.
Ella ya no se apoya en el lavabo. Está de pie frente a mí, sin dejar de observarme y con varias lágrimas cubriendo sus mejillas. Vuelvo a tragar saliva.
Suelta un primer sollozo, pero no me muevo. Daniela da unos pasos hacia mí y agarra mi mano de repente, asustándome.
Tengo un nudo en el estómago, no puedo pensar. No dejo de mirarla a los ojos, igual que ella.
Siento una atracción tan fuerte por ella que es casi insoportable.

-¿Qué ocurre...? -susurro.

Ella niega con la cabeza.
Sin dejar de llorar en silencio, lleva una mano a mi pelo. Coge un poco entre sus dedos y lo acaricia.
El corazón se me va a salir del pecho en cualquier momento. Voy a desmayarme.

-¿Qué estás haciendo...?

Daniela no me contesta. No deja de mirarme en ningún momento. Su otra mano va a mi mejilla izquierda. La acaricia con el dorso de su mano y la desliza por mi cuello, provocándome un escalofrío.
Esto está siendo muy raro. Me está incomodando mucho, pero no soy capaz de separarme de ella.
Daniela continúa sollozando. La mano con la que acariciaba mi pelo se desliza a mi mejilla derecha.
Pega su cuerpo al mío y se alza de puntillas para besarme.
Y no sé qué hacer. La chica de mis sueños me está besando sin venir a cuento. Y llorando.
La agarro de los hombros y la empujo, apartándola de mí suavemente.

-¿Por qué has hecho eso? -pregunto como puedo, con la garganta seca.

Tiemblo como una hoja cuando ella vuelve a echarse a llorar. Con fuerza, desesperada. Se me rompe el corazón en mil pedazos.
Le agarro la cara con las dos manos para hacer que me mire. Sus mejillas se tornan rojas por el sofoco del llanto, sus lágrimas logran llegar hasta su cuello. De su pecho expulsa todos y cada uno de los sollozos que tanto daño parecen hacerle.
Mis ojos también se llenan de lágrimas, pero no derramo ni una sola. Tengo mucho por lo que llorar, pero ahora es su turno, no el mío.
-¿Qué pasa, Daniela...?-insisto, secándole las lágrimas con los dedos.

Ella sigue llorando unos segundos largos, cierra los ojos con fuerza y coge aire.

-Bill... ¿crees que soy guapa?

La pregunta me parece estúpida. Quiero echarme a reír, pero no creo que se lo tomase bien.
¿Hola? ¿Te has mirado a un espejo alguna vez?
Podría describir con lujo de detalles todo lo que me gusta de ella, con miles de cursiladas de por medio, pero prefiero ceñirme a la mayor verdad de todas:

-Claro que creo que eres guapa. Eres preciosa, Daniela.
Ella se vuelve a echar a llorar. Ya sí que no entiendo nada.
La acerco a mí y la envuelvo con mis brazos, tratando de reconfortarla.

-¿Y por qué me veo tan horrible, Bill...?

-x-

-Has tenido suerte, Samantha. No sé como tu nariz ha soportado el impacto.-me dice la enfermera, sorprendida.

Después de unos diez minutos sangrando por la nariz sin parar, la hemorragia se ha detenido. Mi ropa está hecha un asco, teñida entera de sangre... por no hablar de mi cara y mis manos.
Me duele el tabique nasal a rabiar; con el simple amago de acercar un dedo a ella me duele.

-Maldito Trace...-farfullo.
-¿Sabes si lo hizo a conciencia o si fue sin querer?
-No lo sé. Espero que no fuera intencionado.
-De todas formas, Chris ya le ha dado una buena.-dice Tom, con una sonrisa satisfecha. Cristal se ríe.
-No tiene gracia, Cristal.
-Sabes que sí. Yo le habría matado.
-Exagerada...

Cristal me acaricia el pelo con la mano. Luego continúa limpiándome los restos de sangre seca con una toallita húmeda que va adquiriendo un tono marronuzco.
Menudo día. Aún me duele mucho la cabeza y estoy un poco mareada.
Espero que Chris esté bien y no se haya metido en ningún lío por mi culpa. No debí haber sido tan impulsiva y meterme en medio sin estar segura de que podía hacerlo con seguridad.
La puerta de la enfermería se abre con brusquedad, incluso se estrella contra la pared.
Chris entra a toda prisa en la estancia y se acerca a mí casi con desesperación. Y doy un respingo de tres pares de narices. Nunca mejor dicho.

-¿Estás bien? -es lo primero que suelta su voz.
-Sí, estoy bien. No te preocupes por mí -frunce el ceño.-Parece que tú has tenido una buena fiestecita ahí fuera.

Riño, mirando cada una de las marcas que Trace le ha dejado en el cuello y cara. Frunzo el ceño.
Enseguida me arrepiento de haberlo fruncido. De mis labios sale un lastimero “au” y se me llenan los ojos de lágrimas. Maldita nariz.

-No me he quedado a gusto con lo que le he hecho a Trace, se merecía muchísimo más. No le permito a nadie que te ponga la mano encima.

Y en una parte muy recóndita de mi ser, sonrío. Pero procuro no mostrarlo exteriormente, porque que tu pareja pelee con alguien por tí no es para estar orgullosa. Pero lo estoy, igualmente.
Se sienta junto a mí en la camilla y me aparta el pelo de la cara.

-¿Cómo tienes la nariz?
-Morada.
-¿Te la ha roto?

Él acerca su dedo índice a mi nariz y la toca con suavidad.
Pero duele.

-Au -me quejo, cerrando los ojos con fuerza.-No, no me la ha roto. Pero me duele.
-Qué hijo de puta -farfulla.
-Esa boca -riñe la enfermera mientras me entrega una bolsa de hielo.-Toma, póntela un poco sobre la nariz para reducir el hinchazón.

Me llevo la bolsa de hielo a la cara, quizá demasiado rápido. Me he hecho daño y se me han saltado las lágrimas.
Chris resopla y pone los ojos en blanco.

-Dame, bestia.

Me quita la bolsa de hielo de las manos.
Se baja de la camilla y se sienta en una silla que hay al lado, frente a mí..
Alza el brazo con la bolsa y con cuidado se ocupa de ponérmela sobre la nariz.

-Está helado -me quejo, frunciendo el ceño.

Y vuelvo a tropezar con la misma piedra. Parece que mi cerebro no comprende que me duele a rabiar fruncir el ceño.

-Te aguantas. No deberías haberte metido en medio.
-Me meto donde me da la gana.

Él sonríe anchamente.
Me encanta esa sonrisa. Es muy raro verle sonreír, pero las pocas veces que lo hace merece la pena verlo.
Me besa la mano que tiene más cerca de él y, tras eso, la coge con su mano libre y empieza a acariciarme los dedos.

-Tengo que irme.
-¿A dónde?
-Al despacho del director.-hago una mueca todo lo suave que puedo.
-Pórtate bien. No le contestes al director, ni vuelvas a pelear con Trace. Cuando te tengas que callar, cállate. Hazme el favor.
-Sí, mamá...-pone los ojos en blanco y suspira.-Tú mientras tanto no te muevas de aquí, ni se te ocurra meterte en medio de otra pelea, Teresa de Calcuta.
-Imbé...

Y me besa los labios antes de que pudiese insultarle. Tras eso me mira. Esos enormes ojos azules. Me intimidan y mucho.
Aunque sé lo que esconde tras ellos, nunca podré acostumbrarme.

-Te quiero.-me dice.
-Lo sé.

Tom releva el puesto de Chris y ahora sujeta él la bolsa de hielo sobre mi nariz, sonriéndome un poco.

-¿Estás mejor? -me pregunta, hincándome suavemente un dedo entre mis costillas, haciendo que me revuelva.
-¡Au, Tom! -me quejo, haciendo una mueca que se decidía entre ser una sonrisa o ser una mueca de enfado. Él se ríe de mí.

Chris observa la escena, divertido. Se dispone a irse, pero antes se distrae haciendo de rabiar un poco a Cristal.
Él le revuelve el pelo, ella le suelta un suave puñetazo en el brazo y empiezan una corta y divertida pelea.
Sonrío tristemente. Ojalá mi relación con Daniela fuese así. Ahora ni siquiera nos miramos a los ojos.
Cuando Chris se dispone a salir de la enfermería, la puerta se abre y un tímido Bill asoma la cabeza por la rendija de la puerta.

-¡Bill! -exclama Cristal, con una media sonrisa.
-Hola...-musita, mirándome.

Le devuelvo una sonrisa, pero parece triste.
Observo a Tom, que mira a Bill muy serio. No mueve un músculo cuando Bill le devuelve la mirada. Creo que no hacen falta palabras para entenderse.
Chris le aprieta con suavidad el hombro derecho, despidiéndose de él. Bill lo mira un segundo y asiente, con una sonrisa muy breve.
Tras eso, mi amigo vuelve a mirarme a los ojos. Se retuerce las manos muy nervioso, aunque no logro comprender el por qué.

-¿Cómo estás...? -me pregunta en voz baja. Casi no puedo ni oírle.
-Muy bien, no te preocupes. ¿Y tú?- él se encoge de hombros y me siento fatal.

Tom no ha dejado de observarle, pero Bill le huye. Cristal se acerca un poco a él y le abraza con fuerza. Bill le devuelve el abrazo un poco reticente e incómodo.
Veo el colorido moratón que Trace le ha regalado a Bill en la mandíbula, y siento que le odio por hacerle eso a un chico tan increíble como él. Siento ganas de echarme a llorar, de hecho se me llenan los ojos de lágrimas y se me ha formado un nudo en la garganta por la impotencia de ver sufrir a mi amigo.
Clavo mis ojos en Tom esperando algo de su parte, lo que sea. Un abrazo, un acercamiento, algo. Pero no se mueve del sitio.

-Oh, no llores... por favor, Sam. Me siento fatal.-me dice Bill cuando me mira de nuevo.
-Perdona -digo, secándome las irremediables lágrimas rápidamente y sonriéndole.
-No, perdóname tú. No quería que ese idiota te hiciera daño.
-Tranquilo, ya estoy genial.
-No mientas, Sam.-espeta Tom.

Y le miro, incrédula. ¿A qué juega? Intento hacer sentir mejor a Bill, a su hermano.
Frunzo el ceño de nuevo, viendo las estrellas.

-Au, au... -me quejo sin querer.

La expresión de Bill cae al suelo. Me alarmo en gran medida y decido incorporarme sobre la camilla y sentarme.
Tom aparta la bolsita de hielo ágilmente y la suelta en la mesilla.

-Tranquilo, ha sido culpa mía. Mi cerebro no entiende que no puedo fruncir el ceño.-me quejo, intentando hacer la gracia. Pero nadie sonríe.

Bill sigue de pie, rígido como un maniquí. No nos mira a los ojos y tiene los puños apretados.
Me levanto con decisión de la camilla y, teniendo cuidado con mis persistentes mareos, me lanzo sobre él, estrujándolo en un abrazo.
Él tarda en reaccionar unos instantes muy tensos, pero me devuelve el abrazo con fuerza.

-Lo siento, Sam. De verdad que lo siento.
-No tienes que pedir perdón, tú no me has pegado.
-Pero ha sido por mi culpa.
-No, no lo ha sido. Yo he sido la que se ha metido ahí en medio de repente. Es normal que me llevara una buena torta.-él suspira, cansado. Muy cansado.
-No intentes hacer que me sienta mejor.
-Déjalo ya, Bill.-le regaño.

Cristal y Tom observan la escena en silencio. Al poco rato me separo de él, sonriéndole. Bill me regala una pequeñísima sonrisa.



-x-

-¿No volverás a hablarme nunca?

Bill me observa desde una distancia considerable. Me encojo de hombros y él suspira con fuerza.
La verdad es que no sé qué decirle exactamente. Pero creo que no tengo nada que decirle. Sólo estoy tratando de calmarme para no ir a buscar al hijo de puta de Trace y a cientos de personas iguales que él.

-Tom, por favor. Basta ya. He tenido un día de mierda.-musita.
-¿Y yo no, Bill?
-A tí no te han zurrado.
-¿Ah, no?

Le clavo mis ojos, idénticos a los de él, en los suyos. Él me aparta la mirada de nuevo.
Siento que la sangre de mis venas hierve bajo mi piel, furiosa. Su respiración me enfurece aún más.

-Ni se te ocurra soltar una lágrima.-advierto, alzando mi dedo índice contra él.-Porque te juro que el próximo en zurrarte seré yo.

No puedo estar quieto. He recorrido unas mil veces nuestra habitación. Soy incapaz de sentarme y aparentar tranquilidad. Tengo ganas de destrozar algo.

-Estoy harto.-me confiesa, con un leve temblor en la voz.-No puedo seguir.
-Y yo estoy hasta los cojones de que te sientas así.
-Es que no puedo más, Tom. No puedo. Joder, ¡no puedo! -grita, fuera de sí.
-¿Que no puedes? ¿Que no puedes? ¿Cómo no vas a poder, Bill? -le grito yo también.
-No quiero vivir así. No sé qué coño hago aquí, no encajo y nunca lo haré. No tengo sitio en esta mierda de mundo.

Mi pecho va a explotar. Tengo tanto odio y tanta rabia acumulada que no puedo soportarlo más.
Me acerco a él con paso tembloroso, pero fuerte.

-Bill, escúchame bien.-farfullo, incapaz de vocalizar como es debido.-El sitio aquí te lo hago yo a empujones. Tú no te rindes, no te lo permito. Deja ya de lamentarte y ve con la cabeza bien alta.
-Esto es demasiado.
-No, no lo es. Deja de decir gilipolleces. Te juro que como ahora mismo no pares de llorar, salgo por esa puerta -la señalo con el dedo.- y desaparezco. Te lo prometo.

Bill no me mira a los ojos, pero me obedece. Respira muy muy hondo y luego suelta el aire lentamente. Se seca las lágrimas con fuerza y desvía la mirada.
Yo, algo más tranquilo, me acerco a mi cama y me siento sobre ella. No sé cuanto duraré sentado.
Apoyo los codos en mis rodillas, mis manos las llevo a mi nuca, agacho la cabeza y respiro de nuevo.

-Bill, nadie puede contigo. Nadie. Ni Trace ni cualquier otro. Tú eres más fuerte que toda esta mierda.-él no dice nada.-Sé que es duro. Lo sé, joder. Y haría cualquier cosa para que todo fuera diferente. Daría todo lo que tengo, pero no puedo cambiarlo. Sólo quiero que estés bien, que ignores todo esto y sigas adelante. No quiero más llantos ni más estupideces, porque me vuelvo loco.

Silencio. Alzo la cabeza y lo miro. Está tumbado en la cama boca arriba. No me mira.

-Algún día nos iremos de aquí. Acabaremos nuestros estudios, haremos Selectividad y nos dedicaremos a la música. Tú, yo, Gustav y Georg. Sólo los cuatro, a nuestra puta bola. No tendrás que volver a ver a nadie de esta mierda de sitio, lo olvidarás todo. Sólo piensa en eso.
-Yo quiero irme ahora.
-No, no nos vamos a ir así como si nada. No podemos hacer eso.
-¿Por qué no?
-Porque sólo les das el gusto de desaparecer, y a esos hijos de puta yo no les consiento ser felices a tu costa. Por encima de mi cadáver.

Bill cierra los ojos y suspira con fuerza, deshaciéndose sobre la cama.

-Dime qué piensas.-le pido.

Abre los ojos y mira al techo. Entrelaza los dedos de sus manos y suspira de nuevo, con los ojos llenos de lágrimas. Pero sé que no derramará ninguna.

-Bill -insisto.
-¿Te avergüenzas de mí?

Siento la tentación de levantarme de esta cama, de ir a por él, despedazarlo, sacarle el cerebro y preguntarle si hay alguien ahí.

-Es la gilipollez más grande que me has preguntado nunca, Bill. Te lo juro, te estás coronando.

No responde. Desinflo mis pulmones y, cuando me tranquilizo, decido contestarle.

-Bill, por Dios. En mi vida me he avergonzado de tí. Nunca lo he hecho y nunca lo haré. ¿Es que tú te avergüenzas de mí?

Él niega fuertemente con la cabeza.

-Pues deja de decir tonterías. Eres mi hermano, jamás voy a avergonzarme de que lo seas. Estoy orgulloso de tí. Me da igual lo que esta gente sin cerebro piense y diga. Los pisoteo a todos para que tú pases por encima, y sé que tu harías lo mismo, así que vale ya.

Bill asiente con la cabeza y se queda en silencio. Pero sé que vuelve a estar entero, de una pieza. Ya no siento pesadez en el cuerpo ni en la cabeza, estoy tranquilo. Mi corazón late a un ritmo normal y ya no siento nada, sólo orgullo.
Ha vuelto a levantarse.

Continuará.