viernes, 29 de marzo de 2013

Capítulo 30


Narra Sam


Mi cuerpo se congela. Siento que el de Daniela también lo ha hecho.
Me dedico a observarle con detenimiento. Empiezo por sus pies. Lleva puestos los zapatos del uniforme. Sus piernas están muy pálidas, llenas de moratones de diferentes colores, sobre todo amarillos, morados y marronuzcos. Subo por sus piernas, dándome cuenta de que ha adelgazado. Y mucho. Lo noto en sus rodillas, en la minúscula dimensión de sus muslos. Lo noto en la caída de su falda, que le queda grande. Lo noto también en su pecho, en sus clavículas. Y en sus brazos. Y en... oh, dios mío. Su cara.
Mi cuerpo se rompe en mil pedazos, haciéndome temblar mientras observo cómo Daniela es incapaz de mirarme a los ojos. En vez de ello, con su mano izquierda se dedica a arrugar un poco de su falda. Esa que antes le quedaba tan bien.
Quiero gritar. Quiero llorar. No entiendo absolutamente nada de lo que está pasando.

No puedo dejar de mirar a mi hermana, esperando a que decida alzar la cabeza y mirarme a la cara. Pero, sin embargo, eso no impide que me dé cuenta de que Bill agarra su mano derecha con fuerza. Que incluso ella agarra la de él con más fuerza.

-¿Quién es ella?-musita Jeydon, rompiendo el incómodo y angustioso silencio que ahoga la enfermería.
-Es... la hermana de Sam. Se llama Daniela.-contesta Bill con un hilo de voz.
-Oh.-silencio.-No te había... bueno... no te había reconocido.

Genial. Al menos no soy la única que no reconoce a la persona que está en el umbral de la puerta y que aún no me ha mirado a los ojos.
No puedo creérmelo. ¿Qué es esto? ¿Qué ha hecho? ¿Por qué está así?
Bill rodea la cintura de Daniela con cuidado, sin soltar su otra mano de la de ella.

-Vamos, Daniela.-le susurra Bill.

Ella niega con la cabeza repetidas veces. Su mano izquierda suelta la falda y se va directa a su cara. Se oculta. ¿De quién? ¿De mí?

-Es tu hermana. Ha tenido un mal día. Te necesita, ¿verdad, Sam?

Bill me mira directamente a los ojos. Los suyos están anegados en lágrimas, aunque me da la impresión de que no dejará caer ni una sola.
Asiento, temblorosa. Bill atrae hacia sí a Daniela, sujetándola con firmeza.

-¿Ves? Vamos. Me lo has prometido, por favor.

En el aire suena un pequeño y minúsculo “hazlo por mí”, de Bill.
Para mi sorpresa, Daniela le mira a los ojos. Él le sonríe. Es una sonrisa triste. Muy triste.
Daniela, acompañada de Bill, echa a andar lentamente en mi dirección.
El corazón me late muy deprisa, y siento que la contención de mis lágrimas es cada vez más minúscula.
Me aterroriza enfrentarme a ella. No a Daniela, sino a “ella”. A esta Daniela.
Jeydon se levanta de la camilla para cederle el sitio a mi hermana. Ella, temblorosa y tensa, se sienta junto a mí. No media palabra alguna.
Bill nos observa con cautela. Me dirige una mirada significativa, afirmando mis temores.

-Os dejamos solas... ¿vale? -nos informa Bill, con una pequeñísima sonrisa.

Ninguna de las dos movemos un músculo. Sin embargo, cuando Daniela cree que Bill va a darse la vuelta y a dejarla, se levanta rápidamente de la camilla y le retiene agarrando su brazo.
Se me rompe el corazón en mil pedazos.
Es increíble. No puedo entender nada. ¿Desde cuándo se conocen? ¿Cómo ha sido? ¿Por qué esta dependencia de Daniela?
Dos lágrimas, que me seco con rapidez y rabia, me traicionan cuando Bill la abraza con fuerza y le da un beso en los labios.
“Puedes con esto y con más. Lo sabes y lo sé. Sí puedes. Puedes, Daniela. Eres muy fuerte. Sam te necesita, y tú a ella también. Volveré a por ti luego. Sí. Te lo prometo.”
Eso es todo lo que puedo oír por parte de Bill. Daniela le ha sollozado cosas también, pero no he logrado entender nada.
Desvío la mirada hacia Jeydon, que los observa estupefacto. Luego me mira a mí, y con sus dedos me seca las lágrimas que desconocía que se hubieran escapado. Él me sonríe, aunque no soy capaz de devolverle la sonrisa.
Bill besa la frente de Daniela y la aparta suavemente de él, acompañándola a sentarse en la camilla junto a mí.
Daniela se sienta, pero no suelta la mano de Bill. Él se encorva junto a mí y me dice al oído que tenga tacto.

-Luego nos vemos, ¿vale?-nos dice a ambas, aunque hace hincapié en Daniela.

Ninguna decimos nada. Bill besa la mano que tenía agarrada de Daniela y luego se encamina hacia la puerta acompañado de Jeydon. Daniela hace el amago de levantarse e ir corriendo tras él, pero agarro su mano.

-Quédate. Por favor.-musito.

Sé que duda. Observa a Bill salir por la puerta. Casi se levanta de la camilla y sale de nuevo tras él, pero lo piensa mejor y se queda junto a mí.
Silencio. Un silencio horroroso, inaguantable, incómodo, angustioso, lleno de miedo.
Me encorvo y apoyo los codos sobre mis rodillas. Entierro la cara entre las manos e intento contenerme para no echarme a llorar.

-Daniela, di algo... por favor, dime algo.-casi sollozo.
-... Siento mucho... lo que le ha pasado a Chris...-musita en un hilo de voz.

Ni siquiera es su voz. Parece que estoy hablando con una persona extraña.
Y cuando decide mirarme, sus ojos hacen eco de mi pensamiento.
Los tiene más grandes, más apagados, más hundidos en su cara. Bajo ellos hay unas ojeras inmensas que le hacen tener un aspecto demacrado y horrible.
Mis ojos se desvían a sus brazos, también amoratados. Los nudillos de sus manos los adornan unas pequeñas heridas de color rojo brillante.

-¿Qué significa todo esto, Daniela? -espeto, incapaz de ignorar por más tiempo la voz residente en mi cabeza que me grita una y otra vez que Daniela se ha autolesionado y que no come.

Daniela me aparta la mirada. Su mano vuelve a su falda, arrugándola. Tiembla.
Mi respiración se altera un poco, incitándome a desatar un ataque de nervios y de furia.

-¿Qué has estado haciendo, Daniela? - no recibo respuesta.- Ten al menos la decencia de mirarme a la cara cuando te hablo.

Daniela cierra su mano libre en un puño tan apretado que sus nudillos son aún más perceptibles.
Toma aire antes de volver a pronunciar palabra:

-Nada. No he estado haciendo nada.

Enrojezco. Realmente estoy tentada de lanzarme sobre ella y arrearle un puñetazo en la cara por gilipollas.
-Ni se te ocurra vacilarme, Daniela. Tengo ganas de matarte, y no sé si voy a aguantar mucho más sin ponerte la mano encima.
-Esto ha sido un error.-musita, con la voz rota.

Dicho esto se levanta de la camilla y se apresura hacia la puerta. No pierdo ni un segundo.
Me bajo de la camilla de un salto y corro hacia ella, agarrándola del brazo y empujándola bruscamente.
Lo peor de todo es que ella ni siquiera trata de defenderse. Es un pequeño animal asustado en un rincón.
Se abraza a sí misma y comienza a llorar con una fuerza inmensa.
Mi rabia hacia mí misma por ser así de cruel cuando sé que ella lo está pasando mal y hacia ella acrecenta por segundos. Los ojos se me llenan de lágrimas, y vuelvo a empujarla hacia un rincón.

-¡¡¡Haz algo, joder!!! ¡¡Dime algo!! -le grito, sintiendo como mi cordura abandona mi cuerpo paulatinamente.

Daniela me mira a los ojos, desesperada y sollozando como una niña pequeña.
Intenta huir de mí e ir hacia la puerta, pero otro empujón se lo impide.

-¡Déjame en paz...! -me grita, desesperada y muerta de miedo.
-¿Que te deje? ¿Que te deje, Daniela? ¿Para qué? ¿Para esto? ¿Para encontrarme con esto? -le espeto, desbordando asco y odio en cada palabra.
-¡¡¡Como si a ti te importara!!! -grita, apretando los puños y propinándome un empujón.

Trata de escapar, pero me lanzo hacia la puerta y la cubro con mi propio cuerpo.

-¿Cómo te atreves a decir que no me importa? -mascullo.

Daniela no responde, sólo trata de apartarme de la puerta a empujones. Y lo más triste es que no lo consigue cuando hasta hace un mes me habría empotrado contra la pared contraria.

-Contéstame, Daniela. ¿Cómo tienes los cojones de decir que no me importa? -digo, agarrándola del brazo y tirando de ella hasta separarla de mí.- Eras tú la que no quería ni que me acercara. Me echaste de tu vida durante todo un mes, ¿y tengo yo la culpa? ¿Cómo te atreves? ¿Con qué razón me dices eso?
-Me echaste tú de tu vida. Me dejaste por todos esos amigos tuyos, no me dejaste sitio. Nunca te he importado, si no habrías venido a buscarme cuando quería morirme.

“... cuando quería morirme.”
El final de la frase me abofetea la cara con fuerza y me deja ligeramente mareada.
De repente siento náuseas. El miedo, la incertidumbre y la culpa me arrean una patada en el estómago.
Pero mi silencio sólo le da más cuerda:

-... eres una hija de puta. Te odio, y ojalá mueras. Te odio. Te odio. ¡¡Te odio!! -solloza, cayendo de rodillas al suelo.

Mis lágrimas ya no aguantan más.
Yo también me arrodillo en el suelo y me echo a llorar.
Ahora me arrepiento de todo lo que le he hecho pasar en estos minutos. Todo podría haberse solucionado de otra forma, no empeorar así. Me he dedicado a aterrorizarle, a acosarle, a gritarle... cuando podría haberle abrazado y a decirle que lo siento por no haber estado con ella.

-¿Por qué haces todo esto, Daniela?-susurro, tratando de calmarme.

Daniela me lanza una mirada furibunda. Aprieta la mandíbula mientras solloza.

-Porque nadie me quiere.
-Eso no es cierto. Yo sí que te quiero. Y te echo de menos.
-Curiosa tu manera de demostrarlo.

Está claro que Daniela ha aprovechado todo este mes para alimentar su odio hacia mí. Sin embargo, creo que no contaba con que de esta manera también alimenta mi odio hacia mí misma.

-Muy bien. De acuerdo, lo siento. No debería haberme comportado de esta manera, debería haberte ignorado y haberte ido a buscar cuando me necesitabas. Pero trata de entenderme tu a mí.-recrimino, secándome las lágrimas que han alcanzado mis labios.

Daniela ni siquiera me mira. Tiene la vista clavada en el suelo, sus manos están cerradas en puños temblorosos y su respiración es aún violenta.

-Me has menospreciado toda tu vida, me has hecho estar siempre a tu sombra. Por una vez no eres tú la protagonista, ni la más guapa, ni la más inteligente, ni la más divertida y a ti te molesta. Y te enfadas conmigo en vez de alegrarte por mí. Estás haciendo míos todos tus problemas y no pienso permitirlo. Ya no.

Sigue sin mediar palabra.
Me arrastro por el suelo, aún de rodillas, hasta llegar a ella.

-Me estás pidiendo comprensión, o eso creo. Y te entiendo, de verdad que lo hago.-prometo, haciéndole alzar la cabeza para mirarme. Sus ojos están inundados en lágrimas, y no me mira a los ojos.-Pero haz el esfuerzo de entenderme tú a mí. Yo también te he necesitado, sobre todo cuando llegamos a este sitio. Tú me reemplazaste por esas arpías superficiales, me dejaste y te enfadabas cuando yo hice amigos. ¿No lo ves?

Me aparta la cara.
Lo que más me fastidia de esto es que sabe que ella también lo ha hecho mal. Lo sabe. Pero no pide perdón. No trata de consolarme. Joder, ni siquiera me mira a la cara.

-Así que no mientas. Sí te quiero. Y estoy segura de que Bill también te quiere.-susurro.

Se produce un cambio en su actitud. Al pronunciar el nombre de mi amigo, Daniela relaja sus músculos, deja de apretar los puños y respira muy hondo.
Le toco su brazo derecho, haciéndome aún más cercana. Me siento junto a ella.

-Por favor. Dani, cuéntame lo que te ocurre. He tenido un día de mierda...-la voz se me quiebra.-... y, posiblemente, tú seas lo único que me haga levantar cabeza. Háblame.
-No sé qué es lo que me pasa.-musita. Sorbe por la nariz.-Me siento fuera de lugar.
-¿Por qué?
-Estoy sola, Sam. O, al menos, lo estaba. No tengo amigos, no tengo nada. Todo el mundo me ha dado la espalda y me ha despreciado. Estoy harta de que se rían de mí y de que me insulten. No puedo más...-su voz se rompe.

Le abrazo. Y enseguida me doy cuenta de la gravedad de la situación. Dios mío.
Sus costillas se clavan en mis brazos. Su hombro, en el que decido apoyar la cabeza, no es más que un hueso.

-Dani...-susurro, conmocionada. Pero ella me corta:
-... me han llamado gorda.-suelta de sopetón.

Era cuestión de segundos que Daniela rompiera a llorar.
Agarro sus manos, heladas y húmedas, con fuerza. Cierro los ojos.

-Tú no estás gorda...-susurro, aunque sé que en vano.
-Eso creía yo hasta que, por primera vez, me fijé de verdad en ti. Y sí que estaba gorda. Más que tú.
-Daniela, por favor...
-¿Por qué si no todos me dejaron de lado por ti? Sabes perfectamente que estuve con Chris antes que tú, y me dejó por ti. Todos te prefieren a ti antes que a mí.
-Eso no es cierto. Ni siquiera les diste una oportunidad para conocerles. Llamaste bollera a Cristal, como si la homosexualidad fuera algo malo. La insultaste con eso, la rechazaste cuando fue a pedirte que te unieras a nuestro grupo para montar la fiesta de Navidad...
-Sam, ella no quería que yo estuviera en el grupo. Me odia.
-No, odia cómo te comportabas conmigo y con ella. A ti no te odia.

Respira hondo para controlar sus llantos y aprieta mis manos con fuerza.

-En realidad ya da igual.-susurra.-Yo sí les he odiado. Te he odiado a ti, y no sé si he dejado de hacerlo. Y el hecho de saber que ellos realmente no me odian no va a cambiar que me odie a mí misma. Quiero morirme, Sam.
-No digas eso, por favor.
-Ni siquiera he conseguido parecerme más a ti. Creía que estando como tú, los demás volverían conmigo. Eso me hace pensar que sigo hecha una vaca. Doy asco.
-Dani, joder. ¿Que no has conseguido estar como yo? Ni siquiera yo he estado tan delgada como tú.
-Díselo a mi espejo.
-No es el espejo, eres tú.
-Entonces, ¿por qué los demás me llaman gorda? ¿Por qué lo harían si estoy tan delgada como tú dices?
-¿Quiénes lo dicen?
-Trisha, Wendy, sus amigas...
-Daniela, sólo quieren hacerte daño. Sus vidas están tan vacías y son tan sin sentido que tienen que hacer daño a los demás.
-Pues lo han conseguido. Se me cae el pelo, no me viene la regla, tengo frío a todas horas, me paso llorando todo el día y toda la noche  y no como. Si eso era lo que querían, lo han logrado. Me han destrozado la vida.

Daniela se echa a llorar de nuevo.
Mi cuerpo está ardiendo de pura rabia y temblando de odio.
Quiero asesinar a todos los que le han hecho esto a Daniela con mis propias manos.

-Lo arreglaremos, Dani. Todo irá bien.
-No, nada va bien. Nada en absoluto.
-¿Eres consciente de que puede que padezcas anorexia?-musito.
-... Sí.
-Sabes... bueno, ¿sabes que hay clínicas especializadas para estos casos?
-No.

Daniela se aparta de mí de repente, y se desliza por el suelo hasta apartarse de mí. Me observa aterrorizada, sollozando y temblando.

-Dani, escúchame. Por favor, sólo quiero que me escuches.
-No. Sé lo que me vas a decir. Bill lo ha insinuado y no. No, por favor. No podéis hacerme esto. Me recuperaré.
-Sólo quiero que te vea un médico, Daniela. Quiero que estés bien, que nos aseguremos de que no padeces esa enfermedad.
-Queréis quitarme de en medio.-acusa, apretando los labios.
-En absoluto. Quiero que estés conmigo, pero quiero que estés bien. Quiero que vuelvas a comer, que deje de caérsete el pelo, que dejes de llorar y que vuelva a venirte la menstruación. No quiero que te vayas a ninguna parte.
-Por favor, no me hagáis esto. No quiero ir. Me pondré bien. Te prometo que comeré, y compraré un champú anticaída. Pero por favor... por favor, no me quitéis de en medio.
-Apuesto a que Bill quiere que estés bien.-susurro.-Estoy segura de que estará encantado de que un médico hable contigo...
-No. Me ha prometido que no lo hará.
-Es que él no tiene que hacer nada. Eres tú, Dani. ¿No te has fijado en que Bill tampoco deja de llorar? -Daniela me mira, pero no dice nada.- Está preocupado por ti. Muy preocupado. Y necesita tanto como yo que estés bien.

-¿Y si estoy enferma? ¿Qué pasará? ¿A dónde iré? No quiero irme. No quiero estar sola. Necesito que Bill...
-... y Bill necesita que te recuperes.-le corto.- Sé que tenéis algo muy especial, pero también es mi amigo. Está agotado y no le he visto sonreír de verdad en mucho tiempo. No puedes pedirle que te solucione este problema, porque no está en su mano. Está en la tuya.
-Pero, ¿y si estoy enferma? -repite, horrorizada. No deja las manos quietas.- Me hospitalizarán, perderé todo un año de curso, no os veré...
-Daniela, eso no importa una mierda.-estallo.-Nos verás. Iré a verte, te llamaré y hablaremos. Y Bill también estará en continuo contacto. Sólo necesito que pongas de tu parte, que hables con la orientadora y lleguéis a un acuerdo. Por favor. Hazlo por mí, por Bill... por ti.

Daniela me mira, con los ojos llenos de lágrimas.
Le muestro una pequeña media sonrisa, con varias lágrimas emborronándome los ojos.
Le tiendo la mano. Daniela suelta un lastimero sollozo y desvía la mirada.

Me da la mano.

Continuará.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Capítulo 29


Narra Sam



-Chicos, apartaos, dejadle respirar.

Quiero abrir los ojos. De hecho lo intento, pero la pesadez y el cansancio me aprisionan.
Siento que si trato de respirar hondo podría ahogarme.

-¿Se ha desmayado?-la voz de Bill trina en mis oídos, aterrorizado.
-Samantha, ¿puedes oírme?-me pregunta la enfermera con suavidad.

Asiento con la cabeza una sola vez.
Los dedos de mis manos aún los siento crispados, helados.
Una respiración profunda. Dos. Lágrimas surgiendo desde la boca de mi estómago.

-Abre los ojos, entonces.-me pide la enfermera.

No puedo. Mi subconsciente me lo impide. Mi “yo” interior está sentada en un rincón, abrazando sus rodillas y temblando tanto que le duele.

-Sam, abre los ojos, por favor... -me pide Tom.-Sólo queremos que estés bien.

¿Estar bien? ¿Estaré bien si abro los ojos? ¿Me sentiré bien cuando la realidad me golpee?
Pero siento que estoy siendo egoísta con mis amigos. Sólo me piden que abra los ojos... pero la idea me atormenta.
Hago acopio de valor y abro los ojos de golpe, sin pensar. Mi vista aún es borrosa, y tengo que parpadear varias veces para poder aclararla.
Lo primero que me encuentro es el rostro de Bill muy cerca de mí. Está arrodillado en el suelo, observándome sobre la camilla.
Me sonríe, con los ojos brillantes y el maquillaje emborronado.
Mi vista se desvía hacia el frente, y mi cuerpo se rompe en mil pedazos al ver a Tom agarrado a los pies de la cama con los ojos anegados en lágrimas y haciendo unos esfuerzos tremendos para no echarse a llorar.
La realidad. La puta realidad ya ha lanzado su primer golpe.
Automáticamente se me llenan los ojos de lágrimas y por mi garganta surca un sollozo. Mi cuerpo tiembla como si estuviera a punto de quebrarse, y la presión vuelve a hacer acto de presencia.

No está. Chris no está. Se ha desmayado. Podría haber muerto por mi culpa. De hecho, puede que haya muerto...
Sólo soy capaz de respirar por la boca, y de forma muy violenta. El hormigueo constante en mis sienes vuelve a engatusarme.

-Sam, tranquila. Tranquila, por favor.-me suplica Tom, acudiendo a mi lado con rapidez.

Sudor frío. Escalofríos. Estómago revuelto. Ataque de nervios. Ansiedad.

-Apartaos, va a vomitar.-advierte la enfermera, aportándome una palangana.

El ardor me surca el sistema digestivo hasta llegar a mi boca. Me incorporo rápidamente en la camilla y, tras una arcada, vomito.

-Tranquila, Samantha...-me susurra la enfermera, que aparta mi pelo para que no me lo ensucie.

La palangana sucia la sostienen mis manos temblorosas y sudorosas. Escupo y sigo respirando por la boca con esfuerzo.

-No puedo, de verdad que no puedo... -se disculpa Bill con una mano tapándole la boca y apartándose más de mí por las náuseas.
-¿Estás mejor? ¿Quieres vomitar más? -me pregunta la enfermera.

Me tomo unos segundos para pensarlo. Y niego con la cabeza.
La enfermera me retira la palangana de las manos y va a lavarla al fregadero de la enfermería.
No alzo la cabeza para mirarle, pero sé que Tom se acerca a mí con lentitud.
Se sienta junto a mí en la camilla y me aparta el pelo de la cara. Cierro los ojos y trato de volver a respirar con normalidad.

-Estás horrible.-bromea él. Y yo sonrío sin querer.
-C-Creía que te gustaban sudorosas y vomitonas...-susurro con la voz temblorosa.
-De esas sólo me gustas tú.-dice, revolviéndome el pelo con suavidad. Sonrío.-¿Me das un abrazo?
-E-Estoy hecha un asco...
-Cállate.

Tom me acerca a él y hace que apoye la cabeza sobre su pecho, rodeándome con los brazos. Y me siento protegida, resguardada y querida.
Las lágrimas acuden a mis ojos, y no puedo evitar comenzar a sollozar. Tom me abraza con más fuerza y yo me abandono a la angustia.

-Tranquila...-susurra, acariciando mi pelo despeinado.
-Es que... tengo las manos sucias y quiero lavármelas...-sollozo, a la vez que me río sin querer.

Tom suelta una gran carcajada que me reconforta.
Se separa un poco de mí y me seca las lágrimas con los dedos.

-Ven, que te ayudo.-se ofrece Bill, sonriendo por la pequeña y subrealista conversación que acabo de tener con Tom.

Me pasa el brazo por la cintura y me ayuda a levantarme. Mis pies tocan el suelo como en un sueño, y me cuesta andar con normalidad, por lo que agradezco que esté sosteniéndome.
Llegamos al fregadero bajo la atenta y cuidadosa mirada de la enfermera.
Bill me da el jabón y me froto las manos con una parsimonia estresante. Luego las enjuago bajo el agua del grifo.

-Vuelve a la camilla, Samantha.-me pide la enfermera.

Yo asiento y, con ayuda de Bill, voy en su dirección. Esta vez me quedo sentada.
Ella vuelve con un vaso de plástico transparente lleno de agua y me lo entrega.

-Toma, te sentará bien. Tienes que tener mucha sed.

Agarro el vaso con manos temblorosas y, bajo la mirada de mis tres acompañantes, me lo llevo a los labios.
El agua corre salvaje y fría por mi garganta. Para mi sorpresa, aún no estoy capacitada para beber con normalidad, y el líquido se me va por el otro lado.
Empiezo a toser. Bill me da unas palmadas en la espalda, pero eso sólo lo empeora. Sigo tosiendo un buen rato hasta que logro calmarme.

-¿Ya no sabes beber?-bromea Tom.
-Es tu presencia, que me vuelve loca.

Bill, Tom e incluso la enfermera se echan a reír.
De repente llaman a la puerta. La enfermera acude y la abre. Al otro lado está la persona a la que menos esperaba ver.

-Jeydon.-saluda Tom, sonriendo.

Jeydon entra en la estancia en silencio y se acerca a nosotros. La enfermera se disculpa diciendo que tiene que ir a no sé donde y nos deja solos.

-¿Se sabe algo de él?-pregunta con un hilo de voz.

La realidad vuelve a marcarse un tanto y siento frío.

-No... Cristal me dijo que me llamaría cuando supieran cómo está.-contesta Tom.

Silencio sepulcral. Mi semblante va decayendo.

-¿Cómo estás, Sam?

Y me sorprendo de que Jeydon me hable, aunque no sé muy bien por qué. La verdad es que desde que llegué al internado nunca he tenido la oportunidad de dirigirle la palabra directamente.
Alzo un poco la cabeza y le observo. Su pelo liso y claro le cae sobre sus ojos, verdes y muy brillantes.
El aro que adorna su labio inferior en cierto modo me recuerda a Tom.
Me encojo de hombros como toda respuesta.

-Voy a salir. En un rato vuelvo.-se disculpa Bill.
-¿A dónde vas?-inquiere Tom por mí.

Bill desvía la mirada al suelo mientras se da la vuelta. Tarda unos segundos en responder:

-Luego os lo digo.

Agarra el pomo de la puerta de madera, abre y sale antes de que podamos preguntar nada más.
Se vuelve a hacer el silencio.
Tom juega con la visera de su gorra sin dejar de observar la puerta por la que su hermano acaba de salir.

-Qué raro está últimamente...-musita para sí mismo.
-Sí, yo también le he notado algo extraño.-coincide Jeydon.

Tom desvía la mirada hacia mí y me sonríe un poco. La presencia inusual de Jeydon no me permite devolverle la sonrisa, pero yo también le miro.
Tom me toca la pierna con la mano y presiona un poco.

-¿Te encuentras mejor?

Carraspeo un poco.
¿Estoy mejor? ¿Estoy bien? ¿Por qué he dejado de llorar?

-...No lo sé.

Tom suspira largamente.
Me revuelvo un poco sobre la camilla, sintiéndome más incómoda que nunca.
Tras unos largos segundos de silencio, Tom vuelve a mirar a Jeydon.

-¿Puedes quedarte con ella un rato? Voy a ir a secretaría a intentar llamar a  Cristal y no quiero que se quede sola.

Contengo la respiración. Mi mirada cae al suelo y los dedos de mis manos entrelazadas juegan con los anillos que los adornan.

-Claro.

Tom se levanta de la camilla y me da un beso en la mejilla.

-Tranquilízate un poco, ¿vale?-asiento con la cabeza. Tom sonríe.-Bueno, no te será muy difícil. Jeydon es un aburrido.
-Eh, ¿a qué viene ese ataque tan gratuito? ¡No soy aburrido! -protesta, dándole un suave empujón a Tom en el hombro.

Y me hacen sonreír. Tom alza las manos, como si todo aquello no hubiera tenido nada que ver con él.

-Yo no he sido, lo ha dicho todo Sam.-me señala acusadoramente con el dedo índice, y yo quiero matarle.

Jeydon me observa, ensanchando una mueca de sorpresa fingida. Me señala con el dedo índice, tal y como ha hecho Tom, solo que utilizando en mayor medida la dramatización.

-¿¡TÚ!?-grita, despavorido. Consigue hacerme reír.
-Es que me está cambiando la voz...-me justifico en voz baja.
-¡CREÍA QUE ÉRAMOS AMIGOS!

Se tira de rodillas al suelo y finge que llora. Tom se echa a reír y me contagia de tal manera que hace que me revuelva en la camilla por las convulsiones de las carcajadas.

-Eres un payaso.-insulta Tom, dándole un suave empujón que hace que Jeydon pierda el equilibrio y se caiga hacia un lado.
-¡Abusón!-chilla con voz de chica.

No puedo dejar de reírme, incluso ha logrado que llore de la risa.
Tom me observa con una ancha sonrisa.

-Luego vuelvo. Cuídala y no la corrompas.
-Sí, mami.-contesta Jeydon poniendo los ojos en blanco.

Tom sale por la puerta, dejándonos solos.
Jeydon se queda sentado en el suelo y me mira desde ahí.

-Normalmente no soy así...-se disculpa.
-¿Eres peor?
-... Sí.-río.

Jeydon se levanta del suelo ágilmente, se sacude los pantalones grises del uniforme y se queda frente a mí.

-No nos han presentado como es debido. Soy Jeydon.-me tiende la mano.
-Sam.-respondo, estrechándosela.
-Encantado de conocerte oficialmente.
-Lo mismo digo.
Ambos sonreímos.

-Ojalá no nos hubiéramos conocido en este mierda de día.-musita.

No respondo. Parece que la realidad vuelve a llamar a la puerta.
Se sienta a mi lado en la camilla y coloca el peso de sus brazos sobre su regazo.
Estamos más de un minuto en silencio, sin saber qué decir o qué hacer.
Con un ligero movimiento de cabeza se aparta el flequillo de la cara. Sorbe por la nariz y clava sus ojos en el suelo.
Parece muy afectado también.

-En serio... ¿cómo estás?-susurra.

Me mira a los ojos.
Nunca he visto unos ojos tan verdes como los suyos. Son incluso tan absorbentes como los de Chris.

Chris.

-No lo sé. Sigo pensando que todo esto ha sido una pesadilla.
-Deberías dejar de dormir.
-¿Crees que podré despertar?
-¿Acaso lo que te espera al abrir los ojos es mejor que esto?
-... No.
-Entonces no los abras.

Cierro los ojos.
Jeydon se revuelve un poco en la camilla.

-¿Los has cerrado tú también?-pregunto.
-Los he cerrado cuando has dejado de mirarme.
-Así es más fácil hablar.
-Yo también lo creo.

Silencio. Pero no es incómodo.
Oigo su respiración justo a mi lado.

-Ahora que tenemos los ojos cerrados...-comienza.-... debo confesarte que no sé cómo consolarte. No sé ni consolarme a mí mismo.
-... No tienes que consolarme.
-Pero quiero hacerlo. Y sólo puedo decirte que Chris es propenso a tener este tipo de ataque de nervios.
-¿Hace cuánto que lo conoces?
-Desde que entré a este sitio, hace unos cinco años.
-Vaya... cuánto tiempo...-susurro, impresionada.
-Le odiaba. Era un gilipollas.
-Oh. Yo también le he conocido siendo gilipollas.
-Ya. Lo sé.

Silencio. La pregunta me reconcome.

-Tú... ¿lo sabes? -empiezo.
-Si te refieres a lo de los espíritus, sí. Lo sé.
-¿Te lo contó él?
-... No exactamente. Como ya te he dicho, al principio nos odiábamos. Llegamos a pegarnos. Recuerdo que me partió el labio de un puñetazo y que yo le dejé el ojo morado.

Sonrío, aunque no es una historia divertida. Sin embargo, me da la sensación de que él la recuerda así.

-Incluso pedí el traslado de habitación. No soportaba tenerlo cerca, me ponía de los nervios y sólo quería pegarle.-carraspea y prosigue.-Pero no me cambiaron de habitación. Y lo agradezco. De no ser porque yo era el único que volvía a esa habitación, aparte de Cristal, Chris habría muerto aquel día.

La realidad vuelve a asomar la cabeza por la puerta. Mi subconsciente empuja la puerta para no dejarla entrar.
Jeydon, al ver que no digo nada, continúa:

-Un día, yendo hacia la habitación, oía desde el pasillo la música a todo volumen. Procedía de allí. Recuerdo que lo primero que pensé fue que nos pegaríamos en cuanto entrara. Pero me cagué de miedo cuando llegué a la puerta y le oí llorar con tanta fuerza que me dolía hasta a mí.

Trago saliva con dificultad.
Puedo imaginármelo. Bueno, al menos, al Chris que conozco. No logro evocarle siendo un niño, no he visto fotos suyas de pequeño. Pero, igualmente, el hecho de que un niño de diez u once años esté sufriendo de esa manera me revuelve el estómago y me llena los ojos de lágrimas.
Jeydon coge aire.

-Quería hacerse daño. Quería matarse. Un niño de once años quería acabar con su vida y yo no podía verlo. No podía ver que estaba tan harto de todo, tan triste y tan cansado que no podía hacer más que proyectarlo odiando a todo el mundo.
-Eras un niño... no podías saberlo.-susurro, con voz temblorosa.
-No sabía que tenía problemas de corazón. No sabía que tenía una máquina para regular su taquicardia. No sabía que podía ver muertos. No sabía nada. Era mi compañero desde hacía dos meses y no tenía ni idea de nada. Malgasté el tiempo odiándole, insultándole y pegándole en vez de hablar con alguien que pudiera solucionarlo. Y de todo eso me di cuenta cuando le vi en un rincón de la habitación con la muñeca llena de sangre. Un niño de once años...

Sorbo por la nariz. Las primeras lágrimas no aguantan más y deciden liberarse. Es doloroso imaginarlo.
Ni siquiera puedo visualizarlo con nitidez. Es impensable. No puedo creer que un niño tenga intención de acabar con su vida.

-Cargué el peso de Chris sobre mi propio cuerpo y lo saqué al pasillo medio inconsciente. Bueno... le arrastré. Chris era mucho más alto y pesaba más que yo. Llegué a las escaleras de la planta casi en cuclillas, reventado, muerto de dolor, llorando a lágrima viva y con un ataque de nervios a punto de desatarse. Por suerte, varios chicos pudieron verme y me ayudaron.

Siento ganas de abrazar a Jeydon y de darle las gracias. Quiero decirle que es un héroe, que es muy valiente, que es increíble. Pero no puedo mover un músculo.

-¿Y sus padres?-susurro.
-Oh. Los llamé... me dijeron que “los niños buenos y normales no mienten ni dicen que ven cosas raras”. Les pagan el internado a ambos hasta que cumplan la mayoría de edad. Chris y Cristal hace años que no vuelven a su casa.
No tengo palabras para expresar lo que siento. Dos niños de once años abandonados por sus propios padres. ¿Desde qué edad ocurrió eso? ¿Serían más pequeños cuando los internaron aquí? ¿Por qué no me lo han contado?
Abro los ojos. Jeydon me observa. Trago saliva. Qué guapo.

-Durante las vacaciones o se vienen conmigo a Canadá o se van con Tom y Bill.
-¿Vives en Canadá?
-Nací allí, pero sólo voy en Navidad, porque allí es donde vive toda mi familia y celebramos las fiestas con ellos. En verano suelo ir a Italia o me quedo aquí en Alemania con Bill y Tom.
-Vaya... yo llevo toda mi vida viviendo en Alemania. Sólo he salido una vez del país, para ir a Francia.
-Bueno, en ese caso, estás invitada a venir con nosotros cuando quieras.
-Dudo que pueda pagarlo...
-No tienes que pagar nada.

Antes de que pudiera protestar, la puerta de la enfermería se abre. Bill asoma la cabeza por la rendija.

-Menos mal, aún estáis aquí...-sonríe.
-¿Se sabe algo ya?-suelta Jeydon, levantándose de la camilla.
-No. Tom está intentando contactar con Cristal, pero ella aún no le ha cogido el teléfono.

Silencio.


-¿Piensas entrar o vas a criar raíces en el quicio de la puerta?-bromea Jeydon para quitarle hierro al asunto.
-Iba a pedirte que vinieras conmigo a dar una vuelta.-le dice Bill.
-Ya te he dicho que lo nuestro es imposible.
-Imbécil, lo digo en serio.
-Vale, no me pegues. Guarda el bazooka.-bromea Jeydon alzando las manos.

Sonrío un poco. Jeydon se vuelve para mirarme.

-¿Vienes?
-Bueno...
-No, ella tiene que quedarse.-corta Bill.
-¿Por qué?-preguntamos Jeydon y yo a la vez.
-Porque tienes visita.

Bill termina de abrir la puerta del todo, dejando ver a su acompañante.
El corazón se me para un momento al ver ese pelo rojo que conozco tan bien.

-Dani...-susurro, con los ojos llenos de lágrimas.

Continuará.


martes, 5 de marzo de 2013

Is it too late to apologize?



¿Cómo se supone que debo sentirme? ¿Qué se supone que debo decir? ¿Me perdonará? ¿Seguirá siendo mi amiga? ¿Y él? ¿Cómo estará él? ¿Qué sentirá él? ¿Quiero saber realmente lo que siente? ¿Podré perdonarme? 

Nunca había pensado que volvería a recurrir a un blog (en tiempos anteriores habría sido un Fotolog que ya abandoné) para escribir lo que pienso y lo que siento, y mucho menos que lo haría sin tener ni puta idea de lo que voy a decir. ¿Qué digo ahora? ¿Servirá de algo? ¿Aliviará esto el dolor de ambos? ¿Aliviará el mío? ¿Y mi culpa? ¿Dónde la pongo? ¿Tengo que demostrar aún más lo culpable y asquerosa que me siento aparte de no poder mirarte directamente a los ojos? 

Él falló. Sí, lo hizo. Pero yo también, y quizás de peor manera, porque yo soy tu amiga. ¿O lo era?
Ha sido inevitable que esto ocurriera, lo quieras creer o no. Esta situación no ha sido gustosa para ninguno de los dos, y sé que aún menos para ti. 
Créeme, puedes pensar que no me arrepiento, pero lo hago cada día. Me arrepentí el día que fuimos todos a jugar al billar, cuando me di cuenta de que no era capaz de mirarte a la cara y seguir como si nada.
Me di cuenta cuando viniste y te sentaste conmigo cuando estaba sola en aquel sofá. Me di cuenta cuando me preguntaste qué me pasaba. Y, joder, me di cuenta cuando la confesión quería salir de mi boca. 
Me di cuenta de tantas cosas que me saturé. No quería estar allí, no quería seguir mirándote y mintiéndote a la cara. Lo único que quería era echarme a llorar y morirme deshidratada. Y lo hice en cuanto salisteis por la puerta.

Me cagué de miedo por la reacción que podrías haber tenido, lo que podría haber ocurrido, lo que podrías haberme dicho y que, sin duda, no quería oír.
Sí, soy una cobarde. Una de las grandes. No trato de justificarme, no tengo excusa. Es así. 

¿Y ahora? ¿Qué hago con tu dolor? ¿Dónde mierda lo guardo? ¿Qué poca mierda te digo cuanto te vea? 
Me jode esta situación porque te entiendo. Joder, te entiendo. Conozco ese dolor. No fue la misma situación, la mía quizás fue incluso peor, pero el resultado es el mismo. Dolor. 
Puedo evocar tu rabia, tus llantos, el sentimiento de echar de menos y de odiar a la misma puta vez. 
Y no lo mereces. Es por eso por lo que me siento como lo peor del mundo. 
Tenía gente para hacer daño y tuvo que ser a ti. A mi otro yo

No sabes cuánto lo siento, no puedes hacerte una idea. Yo nunca quise esto, ni lo pretendí. Y sé que él tampoco. Pero también es totalmente inevitable que sientas lo que sientes hacia él, o hacia mí. Porque ya no sé lo que sientes por mí, y no sé si quiero saberlo.
No puedo decirte que te conozco como a la palma de mi mano, porque mentiría. Pero quizás sí te conozco como al dorso de mi mano. Sé en lo que estás pensando en cada momento, me basta mirarte a la cara para saber lo que sientes. Y es por eso que me fue imposible mirarte la otra noche más de dos minutos seguidos.

Me disgusta tanto esta situación porque sé perfectamente lo que sientes por él. Y no es sólo odio y rabia. 
Estoy segura de que él aún siente por ti. A mí no me conoce, y dudo que alguna vez me conozca como en algún momento haya querido, porque simplemente no puedo hacer eso. No sabiendo lo que he provocado, no sabiendo lo que has pasado, y, sobre todo, no sintiendo lo que siento por mi pareja.
Pero a ti sí te conoce, y sí te quiere. Y no tardará en darse cuenta, no mucho más. 

¿Qué más puedo decir? Nada.
Sólo espero que tú puedas ser capaz de perdonarme de verdad algún día, porque yo no puedo perdonarme.